Elpis Israel - Capítulo 4 LA SENTENCIA DE MUERTE – LA RUINA DEL MUNDO ANTIGUO Y LA PRESERVACIÓN DE UN REMANENTE La aflicción de los transgresores – Lo literal y lo alegórico – La sentencia sobre la serpiente en detalle – El clamor por “paz y seguridad” – Jesús no vino para traer paz, sino espada -- La sociedad por la paz es enemiga de Dios -- Caín, Abel, y Set -- Definición de ateísmo -- Se rechaza a Caín como progenitor de la simiente de la mujer, y se designa a Set -- La apostasía antediluviana -- Los cainitas y los setitas eran sociedades distintas -- Su unión fue la ruina del mundo antiguo, del cual sobrevivieron sólo ocho hijos de Set -- La fundación del mundo -- La sentencia sobre la mujer -- Se define su posición social -- La sentencia sobre Adán -- La constitución del pecado -- El pecado como una cualidad física de la carne -- La naturaleza hereditaria de Jesús -- El "pecado original" -- Los hombre son pecadores en un sentido doble -- La constitución de la justicia -- Los hombres llegan a ser santos por adopción -- Los tres testigos -- Explicación acerca del "nuevo nacimiento" -- Los dos principios -- La "luz interior" -- La revelación bíblica es el principio divino de iluminación -- El terrible estado de "la iglesia" -- El hombre oculto en el corazón. --------------------- En el capítulo anterior, he tratado acerca de la introducción del pecado en el mundo; sus efectos inmediatos sobre los transgresores; y de algunas de sus más remotas consecuencias sobre su posteridad. Dejamos a Adán y su compañera ocultos entre los árboles del jardín, sumamente alarmados al oír la voz de Dios; y abrumados por la vergüenza debido al estado en el que habían quedado reducidos. Pero, aunque ocultos, según ellos suponían, pronto descubrieron la verdad del dicho que está escrito, que “no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Cuando el Señor Dios llamó a Adán, él dijo, en respuesta a la pregunta “¿Dónde estás tú?”, “Tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. Ésta era la verdad hasta ese punto; pero no era toda la verdad. El temor, la vergüenza y el ocultamiento están claramente en evidencia; pero la razón por la que estaba avergonzado él no era tan ingenuo como para confesarla. Sin embargo, el Señor Dios, sabiendo por la constitución mental que él le había otorgado, que el hombre no podía estar avergonzado a menos que su conciencia estuviera contaminada por la transgresión a su ley de hecho o por intención, dirigió su siguiente pregunta a fin de obtener una confesión de toda la verdad. “¿Quién te ha dicho”, dijo él, “que estabas desnudo?” ¿Acaso fui yo, o cualquiera de los Elohim? O, “¿Has comido del árbol del cual yo te mandé que no comieses?” No tenías motivo para sentir temor de mí, o avergonzado de tu aspecto con el cual yo te formé, a menos que hayas pecado contra mí transgrediendo mi ley. Tú habías oído mi voz antes y estabas erguido y desnudo en mi presencia, y no sentías vergüenza; ¿qué has hecho? ¿Por qué has encubierto tu transgresión, escondiendo en su seno tu iniquidad? (Job 31:33). Pero Adán, aún reacio a sentir culpabilidad por lo que había hecho, al confesar culpó veladamente al Señor Dios, y volcó la evidencia contra Eva. “La mujer”, dijo él “que tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”, Lo que equivalía a decir: ‘Si tú no la hubieses puesto en mi camino, y si yo hubiere permanecido solo, yo no habría transgredido. Es ella la principal culpable; porque no sólo comió ella, sino que me tentó a mí’. Habiendo sido transferido la ofensa a Eva, el Señor Elohim le dijo: “¿Qué es esto que tú has hecho?” Pero su ingenuidad no era más notoria de la de Adán. Ella confesó que había comido, pero se excusó afirmando que había sido víctima de un engaño de parte de la serpiente: “La serpiente me engañó, y comí”. No hay ninguna evidencia de que la serpiente siquiera haya tocado el árbol, o comido de su fruto. En verdad, si lo hubiera hecho, no habría cometido ninguna ofensa; porque la ley no le fue dada a ella, sino sólo a Adán y a Eva; y, “donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. Además, Pablo dice que Eva fue la primera en transgredir. Por lo tanto, el Señor Dios no interrogó a la serpiente como lo había hecho con los otros. Por su deficiente interpretación de lo que había visto y oído, corrompió la mente de Eva de la sencillez de la fe y obediencia a la ley divina; pero era incapaz de mostrar sobre qué base moral había cuestionado la literalidad de dicha ley. Ella supuso que ellos seguramente no morirían; porque supuso que ellos podían también comer del árbol de la vida así como del árbol del conocimiento del bien y del mal. No pensó que sería una inmoralidad que el Señor Dios declarara una cosa y que no la llevara a cabo. La percepción de la moralidad de pensamientos y acciones estaba más allá de la esfera de su mentalidad. Con toda su astucia superior, ella no era ni responsable ni estaba capacitada para dar cuenta de sus actos. Habiendo obtenido toda la evidencia del caso que se estaba viendo, el Señor Dios procedió a dictar sentencia a los acusados en el orden en que fueron condenados. Siendo incriminada por Eva, y habiendo, en efecto, acusado a Dios de mentir, el Señor empezó con ella, y dijo: “Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu vientre te arrastrarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esta sentencia fue tanto literal como alegórica. Como el resto de las cosas manifestadas en el relato mosaico; que es “la forma del conocimiento y de la verdad” (Romanos 2:20; Hebreos 8:5; 9:9, 23, 24; 10;1; Romanos 5:14; Gálatas 4:24). Para información del lector indocto, señalo que alegorizar es hablar de tal manera que deja entrever algo más de lo que contienen las palabras redactadas literalmente. La alegoría histórica tiene un doble sentido, a saber, lo literal y lo figurado; y lo segundo es tan real como lo primero es esencial para su existencia. De este modo, la serpiente literal era una alegoría del “pecado en la carne”; a lo cual, por consiguiente, se le llama figuradamente la serpiente, etc., como ya se explicó. La formación literal de Eva a partir de un costado de Adán, era una alegoría de la formación de la iglesia a partir de él, de la cual Adán era una representación; por lo tanto, la iglesia es figuradamente Eva, y la tentación de la iglesia está ilustrada por la tentación literal. Los ejemplos de esto son casi infinitos. El caso de Abraham, Sara y Agar según los alegoriza Pablo en el texto que va a continuación, es una hermosa ilustración de la relación entre lo literal y lo figurado, según se emplean en las Escrituras de la verdad. El discernimiento del debido límite entre ellos se adquiere, no por medio de reglas, sino por mucho y diligente estudio de la palabra. Lo literal es la exacta interpretación de la sentencia tal como está escrita, y se halla en estricta conformidad con su hábito natural y mutua antipatía entre las serpientes y el género humano. Ellas se arrastran sobre el vientre, y lamen el polvo; y por la mortífera cualidad de su veneno, o “aguijón”, se les considera como más detestables que cualquiera otra criatura. Al caminar descalzo, uno podría ser mordido en el talón, en represalia de lo cual uno instintivamente golpearía al reptil en la cabeza. Todo esto es perfectamente natural; pero, ¿qué es lo que representa? Mucho de lo que podría decirse sobre el significado alegórico de este pasaje ya se ha señalado al lector. Por lo tanto, a modo de resumen, añadiré los siguientes puntos: 1. Como la autora del pecado, la serpiente es una alegoría del “pecado en la carne”; a lo cual, por lo tanto, se le llama “el Inicuo”; y se le simboliza en su acción personal y política con el nombre de “la serpiente”. 2. Poner “enemistad” entre la serpiente y la mujer es una alegoría del establecimiento de la enemistad entre el pecado, incorporado en las instituciones del mundeo, o sea, la serpiente, y la obediencia de fe incorporada en la congregación del Señor, la cual es la mujer. 3. La “simiente de la serpiente” es una alegoría de aquellos sobre los cuales reina el pecado, como se manifiesta en su obediencia a los deseos del pecado. A ellos se les llama “esclavos del pecado” (Romanos 6:12, 17, 19); o “la cizaña” (Mateo 13:25, 38). 4. La "simiente de la mujer” es una alegoría de “los hijos del reino” (Mateo 13:38), o “siervos de la justicia” (Romanos 6:18). También se les denomina “la buena semilla” (Mateo 13:38), que oyen y entienden la palabra del reino, sembrada en el corazón de ellos como “simiente incorruptible” (1 Pedro 1:23). 5. La simiente de la serpiente, y la simiente de la mujer, son frases que se han d entender en singular y en plural. Plural, en el sentido del cuarto punto; y singular, de dos personajes hostiles separados. 6. La serpiente que hiere en el talón es la sexta, o imperial, cabeza del dragón que ha de ser aplastada en el período en que estará atado, en la persona del último de los autócratas. 7. El que hiere en la cabeza al dragón, la serpiente antigua, apodada el Diablo y Satanás, es enfáticamente la simiente de la mujer, pero no del hombre. La lectura alegórica del texto, fundada sobre estos puntos, es como sigue: “Yo pondré la enemistad” (Romanos 8:7) de ese modo de pensar que tú has provocado en Eva y en su esposo en contra de mi Ley, entre los poderes que habrán de aquí en adelante a consecuencia de lo que tú has hecho, y la corporación fiel y sin mancha que yo constituiré; y yo pondré esta enemistad del espíritu contra la carne, y de la carne contra el espíritu (Gálatas 5:16-17); 4:29), entre todos los que obedecen los deseos de la carne que tú has excitado y aquellos de mi institución que me servirán; el Jefe de ellos quitará el pecado del mundo (Juan 1:29) que tú has originado, y destruirá todas las obras que han surgido del pecado; y el poder del pecado (Juan 19:10) lo herirá de muerte, pero él se recuperará y llevará a cabo la obra que yo ahora le he preordenado que haga”. EL CLAMOR POR PAZ Y SEGURIDAD “No hay paz para los malvados, dice Yahvéh” El significado alegórico de la sentencia llegó a ser el plan de “la fundación del mundo”, bajo las circunstancias alteradas que había introducido el pecado. Constituye a la tierra como el escenario de una terrible lucha entre dos poderes hostiles, la que no había de terminar hasta que su ley ganara dominio sobre el pecado del mundo, y que un solo soberano sea obedecido por los hijos de los hombres. La enemistad que él puso entre estos grupos no era una simple controversia verbal inamistosa, sino una que estaba empapada en sangre. Empezó con la disputa que causó que Abel perdiera su vida, y ha continuado hasta el día de hoy. Por casi 6.000 años esta enemistad ha hecho de la tierra un campo de sangre, y la guerra aún no ha terminado. El poder del pecado aún señorea en el mundo, y está preparando sus fuerzas para un golpe decisivo final. Las “autoridades establecidas” han oprimido a los santos de Dios en todos los países en los que tienen dominio; los han herido en el talón, y ahora están tomando sus posiciones y preparándose para arbitrar su relativo y futuro destino por medio de la espada. Han olvidado, o les son indiferentes, las enormidades cometidas en el pasado. No saben que la sangre de los justos que ellos han derramado sobre la tierra, clama en voz alta pidiendo venganza en los oídos de Dios. Ellos odian la verdad, la justicia y la equidad; y todo lo que se proponen es destruir la libertad y felicidad del género humano; y perpetuar su propio gobierno tiránico y odioso. Pero Dios es tan justo que está lleno de bondad, misericordia y verdad. “Estimada ante los ojos de Yahvéh es la muerte de sus santos”, y él no permitirá que quede impune. Por lo tanto, las “potestades superiores” ya no podrán seguir existiendo perpetuamente como tampoco los ladrones y asesinos convictos podrán escapar del castigo correspondiente a sus crímenes. La ley de retribución a la cual Dios ha asignado la decisión de tales castigos, dice: “Por cuanto ellos derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre, pues lo merecen” (Apoc. 16:6). “Dadle a ella tal como ella os ha dado, y pagadle el doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble” (Apoc. 18:6). Pero, aunque las Escrituras de la verdad son tan explícitas con respecto al carácter blasfemo y perverso de los gobiernos del mundo; aunque ellos denuncian los males de la guerra, de la pestilencia y de la hambruna que caen sobre las naciones que están sujetas a ellos; aunque declaran que los malvados son la espada del Señor para ejecutar sus juicios sobre unos y otros; aunque muy enfática y solemnemente afirman que Dios dice: “No hay paz para los malvados” (Isaías 57:21); y aunque los hombres ven y fingen deplorar, las fornicaciones y brujerías de la Jezabel romana, y las atrocidades de los crueles tiranos que derraman la sangre de sus víctimas como agua para defenderla; a pesar de todo esto, hay multitudes de personas que fingen tomar la Biblia como la regla de su fe; que afirman ser “piadosos”, y que se auto-clasifican entre los santos del Señor; digo, hombres de estas pretensiones, encabezados por guías políticos y espirituales, ¡están clamando por la abolición de la guerra y la solución de todas las diferencias internacionales por medio del arbitraje! Tales personas pueden ser muy benevolentes, o muy codiciosos; pero ciertamente no son muy sabios. Su alboroto por “paz” manifiesta su ignorancia de la naturaleza de la “carne de pecado”, y del testimonio de Dios; o, si están conscientes de ellas, demuestran su infidelidad y estrechez de mente. Antes de que se pueda establecer la paz en el mundo, se debe abolir “la enemistad” que Dios ha colocado entre el bien y el mal, en palabra y acción. Mientras la Jezabel romana y sus amantes se hallen entre los que viven, los fieles deben desaprobar la paz como una calamidad. “¿Qué paz, con las fornicaciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías?” (2 Reyes 9:22). ¿Destruirán ellos las divisiones que hay entre las potestades y el pueblo, que la verdad de Dios siempre calcula que existan cuando se recibe completa o en parte? ¡Arbitraje, por supuesto! ¿Y quiénes han de ser los árbitros? ¿Los "papas", cardenales, sacerdotes, emperadores y reyes de las naciones? ¿Puede la justicia, integridad y buena fe provenir de semejantes réprobos? ¿Imaginan los cuáqueros y los reformadores financieros o codiciosos que podría surgir un arbitraje justo de parte de aquellos en cualquier asunto en que los intereses de las naciones sean opuestos a los suyos? Realmente, la demostración de una piadosa infidelidad es eminentemente presuntuosa. Si esta paz-manía fuese un ejemplo de la “luz interior”, ¡ay de mí!, ¿qué grandes son las tinieblas de ese lugar que pretende estar iluminado por esa luz! ¡Pero lo más absurdo imaginable es que los árbitros pretenden defender la paz basados en las Escrituras! Debido a que uno de los títulos del Señor es “Príncipe de Paz”, ellos sostienen que la guerra es detestable para Dios; y que Jesús vino a establecer la paz por medio de la predicación. Pero la guerra no es detestable para Dios como tampoco es detestable para él la vara que usa para corregir. Dios instituyó la guerra cuando puso enemistad entre la serpiente y la mujer. Es una institución divina para el castigo de los transgresores de su ley; y además una muy benéfica, porque toda la pequeña libertad que disfruta el mundo es atribuible a la controversia de la lengua, la pluma y la espada. ¿Cuál habría sido el destino de las trece colonias transatlánticas, si hubiesen sido dejadas a la arbitraria justicia de los contemporáneos de Jorge III? El talón de la tiranía espiritual respaldada por el poder civil, los habría pisoteado hasta el día de hoy. Los débiles que contienden por la libertad y la verdad tienen todo para temer de este arbitraje. Con la espada en la mano pueden obtener algo de justicia de parte de los fuertes por medio de la extorsión; pero si por necesidad la esperamos de la conciencia y tiernas misericordias de las “potestades existentes”, el premio será una parodia de justicia y un insulto a los sufrimientos de los oprimidos. Sí, ciertamente, el Señor Jesús es “el Príncipe de Paz”; y, por lo tanto, ninguna sociedad por la paz puede dar paz al mundo. Sólo él es quien puede establecer “paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres”; porque sólo él es moralmente apto y potencialmente competente para hacerlo. La paz de los árbitros es paz basada en la transgresión de la ley divina. ; y la hostilidad de los pactantes hacia el evangelio del reino. Es una paz impura; una paz con el poder de la serpiente que reina sobre la tierra manchada de sangre. ¡Llévense lejos de aquí semejante paz! La guerra eterna es mejor para el mundo que semejante compromiso con el pecado. La paz que trae el Mesías es “primeramente pura”. Esta paz es el resultado de la conquista; la tranquilidad que surge después de la herida en la cabeza de la serpiente. Que resulta del establecimiento de la soberanía de Dios sobre las naciones, por medio de la mano de aquel que él ha preparado para que “rompa en pedazos al opresor” y deje en libertad a los oprimidos. “Florecerá en sus días la justicia, y habrá abundancia de paz hasta que no haya luna… Sus enemigos lamerán el polvo… todas las naciones le servirán… y le llamarán bienaventurado” (Salmos 72: 4, 7, 11, 17; Apoc. 11:18). Entonces él juzgará entre ellos, y los reprenderá y les hablará de paz (Zacarías 9:10); y “forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). Pero el Padre no envió a Jesús con la idea de llevar a cabo esta poderosa revolución entre las naciones por medio de la predicación del evangelio; ni se propuso efectuarla en ausencia de su Hijo. Cuando él apareció en humillación, vino a quitar la paz de la tierra, como lo prueba tanto sus palabras como la historia. “He venido a traer fuego a la tierra: ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? ¿Pensáis que he venido a la tierra a dar paz? Os digo que no, sino disensión” (Lucas 12:49, 51). “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido a poner al hombre en discordia contra” sus seres más cercanos y queridos. “Y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10:34-36). Éste fue el modo en que habló el Príncipe de Paz cuando estuvo en la tierra. La doctrina que él enseñó es desagradable para la mente natural; y, por la pureza de sus principios, y la asombrosa naturaleza de sus promesas, incita la enemistad e incredulidad de la carne. Al amar al pecado y odiar a la justicia, la mente carnal se convierte en el enemigo y perseguidor de aquellos que defienden dicha doctrina. La enemistad por parte de los infieles es crónica; y donde tienen poder, promueven la guerra, incluso en el hogar. Si el creyente está de acuerdo en guardar silencio, o en renunciar a su fe, entonces habrá “paz y amor” como la que el mundo, que “ama a los suyos”, puede proporcionar. Pero a los verdaderos creyentes no se les permite entrar en ningún compromiso de esa clase. A ellos se les manda “luchar enérgicamente por la fe que se ha dado a los santos” (Judas 3), y mientras ellos hagan esto, ellos podrán anotarse con toda clase de tribulaciones. Hay una enorme cantidad de esta falsa paz y espuria comprensión en el mundo protestante. Los hombres se han vuelto traidores a Cristo, y lo traicionan con los labios. Ellos dicen “¡Oh, cuánto amamos al Señor!”, y si él estuviera aquí sin duda le darían un beso.; pero, al igual que Judas, ellos se han coludido con sus enemigos y son tan populares en el mundo como posiblemente lo puede desear su dios. A juzgar por los argumentos de ellos, la verdad es que los pseudo pacificadores no aman tanto a sus semejantes como pretenden. El clamor por la paz es un acto de ventrilocuismo que proviene del bolsillo. Su argumento más vehemente contra la guerra se basa en el costo que ello implica. Los impuestos son onerosos debido a la extravagancia y hábitos belicosos de los gobiernos pasados. Esto los afecta en el tesoro del Estado; y disminuye las utilidades del comercio; y reduce los medios para disfrutar de los deseos de su carne, de sus ojos y la vanagloria de la vida. Está bien que estos adoradores de Mammón sientan el apretón. Ellos son enemigos de Dios e inconscientes de los santos de Dios masacrados, y, por consiguiente, tienen bien merecido todos los castigos que la imprudencia de “las autoridades” han impuesto al mundo. Aquellos que escapan de la espada y de la hambruna gimen bajo el costo de castigar a los malvados con sus propios medios. De este modo, el castigo afecta a todas las clases. Digo que estos vocingleros de la paz son enemigos de Dios; porque con todas su profesión de piedad están en paz con el mundo y en alta estima y amistad con él; y “cualquiera, pues”, dicen las Escrituras, “que quiera ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios”. Veamos el congreso por la paz realizado en Paris [se inauguró en agosto de 1849], que estuvo compuesto de sacerdotes "papistas", ministros disidentes, políticos franceses, autoproclamados receptores de la sabiduría divina de la Escuela de Cuáqueros, radicales ingleses, pietistas norteamericanos de todos los colores, racionalistas, incrédulos, etc., etc.; todos con gran simpatía por la dinastía liberticida de Francia a fin de que se les dejara entrar en “Egipto y Sodoma” [inaugurada en agosto de 1849] sin pasaportes o revisión de aduana, y para ser agasajados por alguno de los oficiales de Estado. ¿De qué forma puede mostrar el mundo su amistad a la Sociedad por la Paz, de una manera tan palpable; o, cómo podría la Sociedad mostrar su reciprocidad de sentimiento con la más impía y herética porción del mundo? La Sociedad por la Paz es la apreciada amiga del mundo. El mundo quiere paz, que pueda tener un respiro de los juicios de Dios por su iniquidad; y que pueda enriquecerse por medio del comercio y disfrutar de todas las cosas buenas de la vida. La Sociedad es el empleado del mundo; su celoso y utópico misionero, y, por consiguiente, individual y colectivamente “el enemigo de Dios”. Aun así, a pesar de una tan impía especulación como esta Sociedad por la Paz, “los entendidos que entienden” (Daniel 12:10) pueden obtener estímulo. Ellos percibirán una providencia en la base de la secta de los cuáqueros. El clamor antibíblico por “paz y seguridad” emanó de ellos. Han ganado riquezas en el templo de su dios; y esto, juntamente con su amigo, “el mundo”, es una suficiente garantía de su valor y respetabilidad. Lo que sea que hayan sido en sus comienzos, no importa; ahora son los más populares entre todos los religionarios ante las masas, complaciendo a quienes un hombre debe consentir sus propensiones. Toda variedad de facciones antigubernamentales se unen a los cuáqueros en su clamor por la paz; no porque amen la paz por sí, sino porque restringiendo los recursos del Estado, lo cual requiere la reducción de los ejércitos, ellos piensan que pueden reemplazar más fácilmente a las existentes tiranías por una de las suyas lo que sería aun peor, como indudablemente quedaría probado. Esta impía coalición proclama su alboroto como “el clamor del mundo”. Lo aceptamos como tal. Es el clamor del mundo, que repercute en tonos de trueno en los oídos de los verdaderos creyentes. Es un clamor, en la providencia de Dios, que es una gran “señal de los tiempos” que anuncia que “el Señor está a la puerta y llama” (Apoc. 3:20), y está a punto de aparecer pronto e inesperadamente (Apoc. 16; 22:7, 20). Es el clamor del mundo, como el grito de una mujer con dolores de parto, que ha sido urgida por dolores repentinos y torturantes. Suena una trompeta en el oído prudente y comprensivo, proclamando la proximidad del “día del Señor vendrá así como ladrón en la noche”; porque cuando digan: PAZ Y SEGURIDAD, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:1-3). Esa es la divina misión de los cuáqueros y sus aliados los reformadores cobdenitas. No satisfechos con clamar por paz, también claman por “SEGURIDAD”. Ésta es una característica peculiar del cobdenismo, que presiona por la disolución de los regimientos y el desmantelamiento de los barcos, basados en la perversa pretensión de que no hay peligro alguno. ¡Ciegos guías de ciegos! Los gemidos de las naciones suben hasta el cielo desde todo lugar; los carbones encendidos de la guerra humean en Roma, Viena y Constantinopla; y sin embargo ustedes claman por “paz y seguridad”; sin duda ustedes están incorregiblemente enloquecidos, y maduros para que sean capturados y destruidos. CAÍN, ABEL Y SET “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” El sentido alegórico de la sentencia contra la serpiente encendió el primer chispazo de esperanza en el corazón humano acerca de la aparición de Aquel que habría de liberar al mundo de todos sus males y subirlo a un estado superior. La promesa de la venida de semejante personaje, y de semejante consumación, era el núcleo de esa “fe [que es] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La creencia e influencia espiritualizadota de esta esperanza llegó a ser la base de aceptación de parte de Dios en los primeros tiempos. La fe en esta promesa fue establecida como el principio de clasificación entre los hijos de Adán. La creencia en lo que él promete es la creencia en Dios; y su influencia sobre “las tablas de carne del corazón” es más edificante en su efecto, convirtiendo a su receptor en “un partícipe de la naturaleza divina”. El ateísmo, en su significación respecto a la Biblia, no es la negación de la existencia de Dios. Nadie excepto un necio diría: “No hay Dios” (Salmos 14:1). Es peor que esto. Es creer que él existe, y sin embargo tratarlo como si fuera un mentiroso. Hacer esto, es no creer en sus promesas; y el que no tiene fe en éstas, está “sin Dios”, atheos, es decir, contra Dios en el mundo (Efesios 2:12). En el principio, esta clase de ateísmo pronto se manifestó en la familia de Adán. Caín, que fue concebido en pecado, fiel a su paternidad, era un incrédulo en la palabra de Dios, al igual que la serpiente; en cambio Abel creía en Dios. De ahí que el apóstol diga: “Por la fe Abel ofreció a Dios un mejor sacrificio que Caín, por lo cual recibió testimonio de que era justo, dando Dios aprobación de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4). Éste es un indicio importante, implicando que ningún servicio religioso es aceptable para Dios si no está basado en la creencia en sus promesas; porque “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Por lo tanto, ésta era la base de la reprobación a Caín. “Y miró Yahvéh con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya”. Esto puso a Caín agresivo y huraño. Él rehusó traer de “las primicias de su ganado y de su gordura”. Él no creía que eso era necesario, ya que no tenía fe en la remisión de pecados por medio del derramamiento de la sangre expiatoria (Hebreos 9:22; 10:4-14); ni en el cumplimiento de la promesa de Dios respecto a aquel que, siendo “herido en el talón”, o inmolado como el cordero aceptado de Abel, se levantaría y “heriría a la serpiente en la cabeza”, al destruir las obras del pecado (1 Juan 3:8). Esto era lo que Caín no creía; y su falta de fe quedó expresada al no caminar en “el camino del Señor”. No obstante, él continuó como “profesor de religión”; porque “trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Yahvéh”. Pero el Señor no expresó agrado por él ni por su ofrenda, porque, al rehusar el sacrificio, había establecido su juicio en contra de Dios; y al ser incrédulo había en efecto tratado a Dios como si fuera un mentiroso; porque, dice la Escritura: “El que no cree a Dios le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10). Pero la malévola ira de Caín en contra de Dios sólo podía herirlo a él mismo. Su negativa a obedecerle no podía perjudicar al Altísimo. Él insultó a Dios con su “sabiduría en el culto voluntario y humildad” (Colosenses 2:18, 23), y se convirtió en un malhechor. Sintiéndose auto-condenado e impotente, descargó su rabia contra su hermano a quien Dios respetaba y había aceptado. Estaba irritado contra él “porque sus obras ran malas, y las de su hermano, justas” (1 Juan 3:12, 15). Ahora, en principio, era un homicida; y con este sentimiento fratricida que hervía en su corazón, trajo su regalo ante el altar (Mateo 5:22-24). Pero Dios, que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12), le pidió cuenta por su sombrío aspecto y por su ira contra su hermano, y dijo: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Y si no hicieres bien, si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, te deseará, pero tú te enseñorearás de él”, o tendrás la excelencia como el primogénito y progenitor de la simiente. Pero Caín era una genuina “simiente de la serpiente”. La forma de pensar de la carne que Adán llamó la serpiente, se hallaba firmemente dentro de él. Él conversó con Abel, quien, sin duda, abogó por las cosas que Caín repudió. Pero los razonamientos de Caín eran perversos.; las buenas acciones no eran en absoluto de su gusto, de manera que, al no tener fe en la promesa, prefirió seguir a su propia obstinación; y estando determinado a librarse de las amonestaciones de su hermano, mezcló la sangre de Abel con el polvo de la tierra. De este modo el protomártir de la fe fue asesinado por la mano de su hermano. Un hombre justo, respetado y amado por Dios. Su única ofensa fue que, por creer en las promesas de Dios y llevar una vida justa, su hermano fue desaprobado. La mente carnal odia a la justicia y a quienes la practican; de modo que entre las dos partes yace la verdad y la justicia de Dios (Mateo 6:33; Romanos 1:16, 17; 3:21, 22, 25, 26) como una manzana de la discordia. Abel fue el primero de los hijos de Dios del cual se hace mención honorable a causa de “la obediencia a la fe” (Romanos 16:25, 26; 1:5). Como Abel era del maligno por transgresión, así Abel era de Dios por la obediencia a la fe, lo cual evidenciaba que “la simiente de Dios se hallaba en él”. De ahí que la paternidad espiritual era tan opuesta como lo son la luz y las tinieblas. Caín era un hombre de pecado; y Abel un aceptado hijo de Dios. En estos caracteres ellos se hallaban a la cabeza de dos divisiones de la familia de su padre; y en esta relación representaban a la simiente de la serpiente y a la simiente de la mujer. Caín hirió en el talón a su hermano; pero Dios designó a un sustituto de Abel en la persona de Set, por cuyo medio la jefatura de Caín fue lesionada y su posteridad fue reemplazada en la tierra. Eva, dice Moisés, “dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) ME ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín”. Ella tuvo muchos otros hijos, pero no se menciona ninguno de ellos excepto Caín, Abel y Set. Por lo tanto, cuando se nos informa que Set fue designado “en lugar de Abel”, y sigue la pista a la posteridad de Set la que entra en el linaje de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, se nos enseña que Caín perdió su excelencia a causa del pecado, y, por lo tanto, fue dejado a un lado; y provisionalmente Abel fue designado para ser el progenitor de la simiente, la cual ha de herir a la serpiente en la jefatura que tiene sobre el mundo. Pero, Abel, habiendo sido herido en el talón, se hizo necesario, a fin de llevar a cabo el propósito divino, y para responder alegóricamente a las indicaciones de la sentencia que cayó sobre la serpiente, a designar a otro hijo de Eva en lugar de Abel. Conforme a este arreglo, Abel llegó a ser una representación de Jesús que fue herido en el talón; pero cuya sangre rociada habla mejor que la de Abel (Hebreos 12:24), la cual sólo clamaba pidiendo venganza; mientras que Set lo tipifica en su re-aparición entre los hijos de los hombres para herir al pecado en el pie, y para exterminar en el transcurso de su reinado a la simiente de la serpiente de sobre la faz de la tierra. A pesar de su crimen, a Caín se le permitió vivir. Pero la simiente de los malhechores nunca recibe honor. Tarde o temprano sus villanías consignan sus nombres a la reprobación. Dios apartó su rostro de Caín y lo exilió de los asentamientos del Edén. Él deambuló aún más lejos en dirección al oriente, “y habitó en la tierra de Nod”. Allí fundó una ciudad y la llamó Enoc. Su progenie se multiplicó y buscaron muchas artimañas. Se convirtieron en tribus nómadas, viviendo en carpas y cuidando el ganado; otros de ellos eran músicos y artífices en el bronce y en el hierro. Sus mujeres eran hermosas y, como descendientes de Caín, sin formación en el nutrimento y admonición del Señor, eran vanas en sus imaginaciones y desmoralizantes en sus relaciones con otros. Los descendientes de Set en línea directa terminaban en Noé y Jafet al tiempo del diluvio. Su posteridad, en ésta y en las ramificaciones colaterales, se multiplicaron considerablemente; pero por un tiempo constituyó una comunidad separada de la progenie de Caín. Durante la vida de Enós, hijo de Set, “los hombres comenzaron a invocar el nombre de Yahvéh”, o “los hijos de Dios” (Génesis 4:26; 6:2); mientras los infieles y corruptos adoradores de la tierra de Nod simplemente se conocían como “hombres”. LA APOSTASÍA ANTEDILUVIANA Los setitas y los cainitas se relacionaban entre sí como la iglesia de Dios y el mundo; o, como la mujer y la serpiente. Mientras los hijos de Dios mantuvieron su integridad y anduvieron en “el camino del árbol de la vida”, las dos comunidades no tenían contactos religiosos, o relaciones familiares. Sin embargo, llegó el tiempo en que el muro que los dividía estuvo a punto de ser derribado por una apostasía general. Un espíritu de liberalismo había surgido entre los hijos y las hijas de Set, como resultado de una fe moribunda que los predisponía a una fraternidad, o comunidad mixta, con los cainitas, los cuales, como el padre de ellos, eran pseudo-religiosos de una deliberada perversidad. La simiente de la serpiente disfrutaba en aquellos días tal como lo hacen en el presente. Eran hombres e la carne, serviles en sus gustos, hábitos y objetivos; y dedicados a los deseos de la carne, a los deseos de los ojos y a la vanagloria de la vida. Su religión santificaba lo que más les complacía; y sin duda proporcionaba una buena muestra de la misma clase de cosa en todas las generaciones subsiguientes. Es probable que los preceptos y ejemplo de los hijos de Dios hayan modificado considerablemente la impiedad original de los cainitas al grado de traer las cosas a un estado similar al que se observa en nuestro tiempo. Las sectas, entre las cuales en sus comienzos no había más tratos que los que había entre los judíos y los samaritanos, ahora son tan liberales que concuerdan en guardar silencio respecto a todos los tópicos controversiales por los cuales una vez contendieron hasta la muerte a fin de reconocerse unos a otros ¡como hermanos en el Señor! De este modo, si alguna vez tuvieron la verdad, la han suprimido por un tácito compromiso; y han llegado a ser sumamente respetables, y excepcionalmente afables y corteses; de modo que “no tienen necesidad de nada”, sino que disfrutan de las cosas buenas del mundo que está a su alcance. Las serpientes habían llegado a ser tan inofensivas, incluso piadosas, bajo la influencia exterior, y además eran de aspecto tan hermoso, y tan encantadoras en su modo de ser, que los setitas las tomaron en sus brazos y las acariciaron afectuosamente como si fueran de su propia carne. “Viendo”, dice Moisés, “los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí esposas, escogiendo entre todas”. Éste fue un paso fatal. ¿Puede un hombre tomar fuego con sus manos y no quemarse? Los hijos de Dios se corrompieron al casarse con las hijas de Caín. En vez de llevarlas por “el camino del árbol de la vida”, ellos fueron seducidos a seguir “el camino de Caín” (Judas 11). Porque para los hijos de Dios casarse con las hijas de Belial es poner en riesgo su fidelidad hacia Dios. Esta práctica siempre ha sido causa de apostasía. Balaam estaba muy consciente de esto, y sabiendo que el único camino para enviar una maldición sobre Israel era involucrándolos en transgresión; por lo tanto, enseñó a Balac, Rey de Moab, a tentarlos con las hermosas hijas de su pueblo, como el modo más rápido seducirlos a que adoren a sus ídolos, lo cual causaría que Dios los odiara, y así los moabitas podrían conquistarlos fácilmente. El método resultó demasiado bien en contra del honor y felicidad de Israel. Moisés dice: “El pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab”. La consecuencia de este libertinaje fue que las mujeres invitaron a Israel a los sacrificios de sus dioses; y ellos comieron y se inclinaron ante sus dioses. E Israel se unió a Baal-peor (Números 25: 1-3). Y la ira de Yahvéh se encendió contra ellos; así que él mandó matarlos y perecieron veinticuatro mil de ellos. Siguiendo este mismo ejemplo, la unión de los setitas con las cainitas produjo los peores resultados. La progenie de esta unión fueron “varones de renombre”, cuya iniquidad “era mucha en la tierra”; porque “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo sólo el mal” (Génesis 6:1-5). Sin embargo, su apostasía no fue perfeccionada sin que antes recibieran la protesta de parte de Dios. Hubo un eminente hombre del cual se testificó que “agradó a Dios”. Él “caminó con Dios” en el camino del árbol de la vida por trescientos años después del nacimiento de Matusalén. Su nombre es Enoc. El espíritu de la profecía estaba en él; y la gigantesca maldad de los antediluvianos lo impulsaba a reprobar su iniquidad. Animado por la esperanza de la promesa referente a la simiente de la mujer, él profetizó acerca de las serpientes de su propio tiempo y del futuro, diciendo: “He aquí, el Señor viene con sus muchos millares de santos, para hacer juicio contra todos, y para reprender a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y tocante a todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 14, 15). Pero su protesta fue desatendida, y Dios generosamente “lo trasladó para no ver la muerte” (Hebreos 11:5, 26); de este modo, lo recompensó por su constancia y dio a los fieles una notable ilustración, y ferviente, de “la justa recompensa”, y la certeza del castigo al mundo. Las cosas fueron de mal en peor; “porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”, “y la tierra estaba llena de violencia”. Sin embargo, antes de que las cosas llegaran a lo peor, el Señor hizo otro esfuerzo por rescatar a los antediluvianos. Él había resuelto poner fin a la maldad del hombre sobre la tierra; porque, dijo él: “No contenderá mi espíritu con el hombre, porque ciertamente es carne” (Génesis 6:3; Salmos 78:39). Esto sugiere un límite a su paciencia, que debería tener un término, pero no inmediatamente; porque se añade: “Y serán sus días ciento veinte años”. Cuatrocientos ochenta años antes del a nuncio de esta determinación, un hijo nació para Lamec, el nieto de Enoc, al cual llamó Noé; es decir, consuelo, diciendo: “Éste nos aliviará de nuestras obras y el trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Yahvéh maldijo”. Ésta era la esperanza de aquellos de los hijos de Set que permanecían fieles. Ellos laboraban en la esperanza de un cambio hacia un descanso de sus labores, cuando la maldición fuera quitada de la tierra (Apoc. 22:3). En el transcurso del tiempo, Noé fue “advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían”. Noé creyó en ellas; y Dios por su espíritu” en él, “fue y predicó a los espíritus encarcelados” (1 Pedro 3:19), es decir, a los antediluvianos “que fueron desobedientes… en los días de Noé”. Él les advirtió de la venida de un diluvio que los “destruiría de sobre la tierra”; y les demostró su propia convicción de su certeza “preparando una arca para que su casa se salvase; por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es según la fe” (Hebreos 11:7). Pero su fe, hecha de este modo perfecta por sus obras, no causó ninguna impresión saludable sobre sus contemporáneos. “Estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no comprendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos” (Mateo 24:38, 39); dejando vivas sólo a ocho personas de los hijos de Set. De este modo, la mezclada simiente de Set y Caín fue exterminada de la faz de la tierra. La raza de Caín fue totalmente extinta, y sólo los de Set permanecieron., los cuales eran justos en sus generaciones, y que caminaban con Dios. La diferencia de simientes fue suspendida temporalmente. La generación de víboras fue extinguida; pero el pecado en la carne sobrevivió; un principio destinado en tiempos posteriores a producir los más espantosos y terribles resultados. LA FUNDACIÓN DEL MUNDO “Heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” Como la mujer había buscado tan deliberadamente la gratificación de su carne, cuando el Señor Dios dictó sentencia contra ella, él usó la carne como la base de su castigo. “Multiplicaré”, dijo él, “en gran manera tus dolores en tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Siendo éste su castigo como consecuencia del pecado, su condición habría sido el reverso si su naturaleza animal hubiera continuado sin cambios; si hubiera permanecido obediente. Ella habría dado a luz hijos sin dolor, y habría tenido muy pocos de ellos; ni habría sido privada de esa igualdad que disfrutaba en el huerto, y en consecuencia no habría sufrido esa degradación que ella ha experimentado en todos los países del mundo. Sin embargo, el castigo no fue infligido simplemente como un dolor individual. El dolor era personal, y el sometimiento también; pero la multiplicación de los embarazos de la mujer llegó a ser necesario debido a que las circunstancias de las cosas fueron alteradas, las cuales fueron entonces constituidas por los siguientes siete mil años. En la guerra que se instituyó divinamente entre la simiente de la serpiente y la de la mujer, habría una gran pérdida de vidas. La población del mundo se reduciría considerablemente, además de lo cual grandes estragos serían causados por pestilencias, hambruna y las enfermedades comunes de la carne. Para compensar esta pérdida y seguir manteniendo un aumento, a fin de llenar la tierra, se necesitaba esa parte del castigo de la mujer que correspondía a la multiplicación de los embarazos, lo cual, bajo el dominio del pecado de la serpiente, es una gran calamidad doméstica. Oímos mucho en algunas partes del mundo acerca de los derechos políticos e igualdad de las mujeres con los hombres; y de que ellas prediquen y enseñen en asambleas públicas. No tendríamos que asombrarnos de nada que emane del inculto modo de pensar de la carne de pecado. No hay un absurdo tan monstruoso que no sea santificado por el intelecto animal no inspirado. Los hombres no piensan conforme al pensamiento de Dios, y, por lo tanto, son ellos los que caen en las más antibíblicas presunciones, entre las cuales se pueden enumerar la igualdad política y social de las mujeres. Entrenadas para colaborar, con intelecto cultivado y con sentimientos morales purificados y ennoblecidos por el nutrimento y admonición de la verdad del Señor, las mujeres son “ayuda idónea” para los Elohim; y de mucho beneficio para el hombre común. El sexo femenino es propenso a este enaltecimiento; aunque para mí es desesperante soportarlo en muchos casos hasta “el siglo venidero”. Pero, incluso mujeres de esta excelencia de mente y disposición, si fuese posible que ellas lo hicieran, serían culpables de indiscreción, presunción y rebelión contra la ley de Dios al suponer igualdad de categoría, igualdad de derechos y autoridad sobre el hombre, lo cual está implicado en la enseñanza y predicación. Es la antigua ambición del sexo femenino de ser igual a los dioses; pero al intentar conseguirlo, quedan sometidas al hombre. Al predicar y dictar charlas, las mujeres no son más que una especie de actrices que se exhiben en el escenario para la diversión de hombres pecadores y estúpidos. Ellas aspiran a una igualdad para la cual no están físicamente constituidas; se degradan a sí mismo al exhibirse, y en la medida que ascienden en seguridad, se hunden en todo lo que realmente adorna a una mujer. La ley, que forma parte de la fundación del mundo, dice a la mujer: “Él te dominará”. La naturaleza de este sometimiento está bien explicado en la Ley Mosaica (Números 30:3-15). Una hija, todavía en su juventud, que se halle en la casa de su padre, sólo podría hacer un voto sujeto a la voluntad de él. Si él guarda silencio, y no dice nada a favor o en contra, ella queda obligada por su palabra; pero si cuando él la oye, lo desaprueba, ella no está obligada a llevarlo a cabo; y el Señor perdona el incumplimiento del voto. La misma ley se aplica a una esposa. Una mujer viuda, o una divorciada, ambas quedan obligadas a cumplir, a menos que sus respectivos esposos los hayan anulados antes de la separación. Si no fuera así, y estuvieran sujetas a Dios, no tenían escape. Esto arroja luz sobre las instrucciones del apóstol referente a las mujeres. “Que estén sumisas, como lo establece la ley”. Y “la mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. La razón que él da para imponer silencio y sumisión es notable. Él aduce la prioridad en la formación de Adán; y las desdichadas consecuencias de la locuacidad e iniciativa de Eva en la transgresión; como está escrito: “Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo engañada, incurrió [primero] en transgresión” (1 Timoteo 2:11-14). Y entonces, en cuanto a sus actividades públicas, él dice: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como dice también la ley. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos, porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Corintios 14:34, 35). Es cierto que en otro lugar el apóstol dice: “Que las ancianas, asimismo, sean… maestras del bien”; pero esta enseñanza no ha de ser en la congregación, ni en la descarada actitud de una oradora pública. Ellas han de ejercer su don de enseñanza de manera privada entre personas de su propio sexo, “que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios [que ellas profesan] no sea blasfemada” (Tito 2:4, 5). Las mujeres cristianas no deberían copiar el ejemplo de Eva que aspiraba a la condición de diosa, sino seguir a Sara, la fiel madre de Israel, quien se sometía en todo a Abraham al que llamaba “mi señor” (Génesis 18:12). Ni debería su obediencia limitarse tan sólo a su esposo cristiano. Ellas también deberían obedecer a “los que no creen a la palabra”; es decir, a aquellos que no se habían sometido a la palabra, a fin de que puedan ser ganados por la fe cuando vean la casta y respetuosa conducta de su esposa, lo cual resulta debido a la creencia en la verdad (1 Pedro 3:1-7). Tales son los requerimientos legales en la constitución del mundo al principio, con respecto a la categoría de las mujeres en el cuerpo social y político. Cualquier intento por alterar el sistema es rebelión en contra de Dios y una usurpación de los derechos de los hombres a los cuales Dios las había puesto en sometimiento. La sabiduría de ellas ha de ser apacible, y hacer sentir su influencia por medio de sus excelentes cualidades. Entonces ellas gobernarán en el corazón de quienes las gobiernan, y de este modo mejorarán su propio sometimiento hasta convertirlo en una obediencia deseable y soberana. El hombre nunca debería permitir que las palabras de una mujer se interpongan entre él y las leyes de Dios. Ésta es una roca contra la cual la fe de muchísimos ha naufragado. Adán pecó por haber escuchado las tentadoras palabras de Eva. Ninguna tentación ha resultado más irresistible para la carne que las seductoras palabras que salen de los labios de una mujer. “Destilan miel, y su paladar es más suave que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte; sus pasos conducen al Seol” (Proverbios 5:3-5). Adán fue una notable ilustración de esta verdad, según se desprende de la sentencia que se pronunció sobre él. “Por cuanto”, dijo Yahvéh Dios, “obedeciste la voz de tu mujer y comiste del árbol del cual te mandé, diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás hierba del campo; con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás”. De este modo, habiendo dictado sentencia contra la serpiente, la mujer y el hombre, el Señor les designó una nueva ley, y los expulsó del huerto que él había hecho. Estas tres sentencias, y la Nueva Ley, constituyen la fundación del mundo. Ésta es una frase que ocurre en diversos pasajes de la Biblia, y ocupa un lugar prominente en el siguiente texto: “Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Las palabras en griego son από καταβολής κόσμου , las que, traducidas más literalmente, significan desde el establecimiento de la fundación del mundo. El planeta tierra es la plataforma, es decir, el mundo o sistema de cosas que está constituido o construido sobre el planeta; y el Constructor es Dios; porque “el que hizo todas las cosas es Dios” (Hebreos 3:4). Ahora bien, el mundo no fue hecho de la nada. El material había sido preparado por la obra de los seis días, y por los fenómenos naturales de la caída. Ante esta crisis, surgió un sistema natural de cosas, con dos transgresores en los cuales se había entronizado el pecado; y a los cuales se les dotó del poder de multiplicarse como ellos mismos hasta un extremo ilimitado. Entonces, este propagación del género humano o fue un acto producido por sí solo bajo el incontrolado dominio del pecado; o, las cosas deben estar así constituidas a fin de ponerlas en orden y sometidas a la soberanía de Dios. El resultado de la primera alternativa habría sido barbarizar al género humano y llenar la tierra de violencia. Esto está demostrado por lo que efectivamente ocurrió antes del diluvio cuando la divina constitución de las cosas estaba corrompida y abolida por el mundo. Cuando el hombre queda abandonado a su suerte, nunca mejora. Dios hizo al hombre íntegro; pero mire a los miserables especímenes de la humanidad que se hallan en aquellas regiones donde Dios los ha dejado a merced de su tendencia natural, bajo el impulso de sus incontroladas propensiones. De este modo, abandonado de Dios, el hombre degenera en un salvaje ignorante, feroz como un animal de presa. Si el Señor Dios hubiera renunciado a todo interés en al tierra, ésta habría sido la consumación de su obra. Por sus vicios, el hombre habría destruido a su propia raza. No obstante, a pesar de que su carrera estaba marcada por transgresión tras transgresión, “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16), que determinó que no perecería, sino que sería rescatado de su del mal a pesar de sí mismo. Él se propuso hacer esto de manera tal que el hombre refleje en su carácter la naturaleza divina, y que manifieste su propia sabiduría, gloria y poder en la tierra. Pero el azar no podía llevar esto a cabo. Por lo tanto, la vida humana no había de ser una simple serie de desgracias, sino el resultado de un plan bien elaborado e invariable. Entonces, las cosas habían de ajustarse conforme a este propósito; de modo que en su constitución original deberían contener los elementos básicos de una “manifestación gloriosa”, la cual, como un grano de semilla de mostaza, debería extenderse bajo la paternal mano de Dios a fin de que se transforme en “un árbol, que es la mayor de las hortalizas” (Mateo 13:31, 32), bajo cuyas ramas la familia del hombre podría guarecerse. Se dice que en la bellota se pueden visualizar, con la ayuda del microscopio, las ramas del futuro roble. Así que en “los elementos básicos del mundo” se pueden determinar las cosas del futuro reino de Dios. Estos elementos básicos, o rudimentos, se manifiestan en las sentencias que se pronunciaron contra la serpiente, la mujer y el hombre, y en esa institución denominada “El Camino del Árbol de la Vida”. De todo esto había posteriormente surgir el reino de Dios; de modo que al constituirlos, se estableció una fundación sobre la cual había de fundarse “el mundo que ha de venir”, o sea, ese mundo del cual Abraham fue hecho su heredero (Romanos 4:13); y el cual cuando llegue a su fin al término de seis días de mil años cada uno, manifestará a la triunfante Simiente de la mujer por sobre el poder de la serpiente; descansando de su obra en el sabatismo que aguarda al pueblo de Dios (Hebreos 4:3, 8, 9, 11). Las cosas establecidas, o determinadas en la constitución fundamental del mundo, se pueden señalar resumidamente en los siguientes puntos: 1. El pecado en la carne, el enemigo de Dios, contendiendo por el dominio del mundo. 2. El género humano en su estado natural, sujeto a las tendencias, al dolor, a las aflicciones y la muerte. 3. La fatiga y el trabajo duro son las condiciones de existencia en el estado actual. 4. El sometimiento de la mujer al dominio del hombre. Contra todo esto se estableció un antagonismo divino, por el cual se les podría controlar; y un sistema de cosas elaborado en conformidad con el propósito de Dios. Esta parte de la fundación se puede describir así: 1. La ley y la verdad de Dios según se expresa en “su camino”, lo cual exige irrestricta sumisión a su autoridad. 2. El género humano, bajo la influencia de esta verdad aceptada con determinación, contendiendo por ella. 3. El poder divino manifestado en el castigo de los hombres y en el cumplimiento de sus promesas. La acción y reacción de estos factores unos a otros había de producir esto: 1. Una enemistad y batalla en la tierra entre el poder del pecado y la Institución que se le oponía. 2. Una sangrienta persecución contra los adherentes a la verdad. 3. La destrucción del poder del pecado por un personaje que se ha de manifestar para este propósito, y 4. La consecuente victoria de la verdad divina y el establecimiento del reino de Dios. Que la crisis de la caída fue el período del establecimiento de la fundación del mundo, en sus relaciones civiles, sociales y espirituales, según se desprende del uso de la frase en los escritos apostólicos. El Señor Jesús, hablando de lo que había de acontecer a la generación que en aquel tiempo vivía en Judea, dijo: “Que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la fundación del mundo”; y para mostrar a qué período del mundo se refería, añadió a modo de explicación, “desde la sangre de Abel” (Lucas 11:50-51), el profeta de sus días. El apóstol aplica también la frase a la obra de los seis días (Hebreos 4:3-4); es decir, como la base, o substrato, en o sobre la cual se constituyó el sistema social y político. Hay más prueba de que el juicio contra los transgresores es la fundación institucional del mundo en las palabras “y la adorarán todos los que moran en la tierra”, a la bestia "papal" de diez cuernos, “cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el establecimiento de la fundación del mundo” (Apoc. 13:8). Por esto se da a entender que, cuando el Señor Dios designó túnicas de pieles para que cubrieran la vergüenza del hombre y de la mujer, se sacrificaron corderos, con lo cual se les dio a entender que el cordero era el representante de la Simiente, el cual sería inmolado por los pecados de todos los fieles, y con cuya justicia ellos deberían vestirse, a semejanza del tipo de su cobertura por medio de las pieles de los animales que ellos sacrificaban. De este modo, desde la institución del sacrificio en el Paraíso hasta la muerte de Jesús en la cruz, él fue representativamente inmolado; y los adoradores aceptados, estando llenos de fe en la promesa divina, como Abel y Enoc, entendieron a qué se referían los corderos sacrificados. Entonces, sus nombres fueron escritos en el libro de memorias de Dios (Malaquías 3:16) como herederos del reino, cuya fundación comenzó en el Paraíso, y desde entonces se ha estado preparando para que cuando esté terminada pueda manifestarse “en Edén, en el huerto de Dios”. LA CONSTITUCIÓN DEL PECADO “Porque la creación fue sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza” La introducción del pecado en el mundo necesitaba que la constitución de las cosas estuviera tal como fueron establecidas desde el principio. Si no hubiera habido pecado no habría existido “enemistad” entre Dios y el hombre; y en consecuencia no habría habido antagonismo por el cual extraer bien del mal. El pecado y el mal son como la causa y el efecto. Dios es el autor del mal [adversidad], pero no del pecado; porque el mal es el castigo del pecado. “Yo formo la luz y creo las tinieblas; hago la paz y creo la adversidad. Yo, Yahvéh, hago todo esto” (Isaías 45:7). “¿Habrá algún mal [adversidad] en la ciudad que Yahvéh no haya hecho?” (Amós 3:6). Entonces los males a los cuales está sujeto el hombre son obra del Señor. Guerra, hambruna, pestilencia, inundaciones, terremotos, enfermedades y muerte son los terribles males que Dios inflige al género humano por sus transgresiones. Las naciones no pueden entrar en guerra cuando les plazca, así como no pueden sacudir a la tierra a su voluntad y deseo; tampoco pueden preservar la paz cuando él proclama la guerra. El mal es la artillería con la cual él combate a los enemigos de su ley y de sus santos; en consecuencia, no habrá paz ni bendiciones para las naciones hasta que sea depuesto el pecado, sea vengada su gente y se establezca la verdad y la justicia en la tierra. Éste es el orden constituido de las cosas. Es la constitución del mundo; y como el mundo está bajo el dominio del pecado, o bajo el reino del adversario, ésta es la constitución del reino del pecado. La palabra pecado se usa en la Escritura en dos acepciones principales. En primer lugar, significa “infracción de la ley”; y en segundo lugar, representa la tendencia física de la naturaleza humana, la cual es la causa de todas sus enfermedades, muerte y descomposición en el polvo. Es eso que está en la carne “lo que tiene el dominio de la muerte”; y se llama pecado porque el desarrollo, o fijación, de este mal en la carne, era el resultado de la transgresión. En vista de que esta tendencia hacia mal contamina cada parte de la carne, a la naturaleza animal se le llama “carne de pecado”, es decir, “carne llena de pecado”; de modo que el pecado, en el estilo sagrado, llegó a representar la sustancia llamada hombre. En la carne humana “no mora el bien” (Romanos 7:18, 17); y todo el mal que comete el hombre es el resultado de esta tendencia que hay en él. Actuando sobre el cerebro, despierta las “propensiones”, y éstas ponen en actividad al “intelecto” y a los “sentimientos”. Las propensiones son ciegas, y así también son el intelecto y los sentimientos en un estado puramente natural; por lo tanto, cuando esto último actúa bajo el solo impulso de las propensiones, “el entendimiento [es] oscurecido… por su ignorancia, debido a la dureza de su corazón” (Efesios 4:18). La naturaleza de los animales inferiores está tan llena de esta tendencia física hacia el mal como la naturaleza del hombre; aunque no se le puede llamar pecado con la misma expresividad; porque no tiene poder sobre ellos como resultado de sus propias transgresiones. Sin embargo, el nombre no altera la naturaleza del objeto. Una pieza defectuosa del mecanismo no puede hacer un buen trabajo. El concepto debe ser perfecto, y la adaptación fiel, porque el funcionamiento debe ser impecable. El hombre en su constitución física es imperfecto; y esta imperfección se remonta a la organización física de su carne, la que está basada en la ley de la decadencia y reproducción de la sangre; la cual, al recibir la acción del aire, se convierte en la vida de su carne. Todos los fenómenos relacionados con este sistema de cosas se resumen en la simple palabra pecado; el cual, por consiguiente, no una idea abstracta, sino una acumulación de relaciones en todos los cuerpos animales; y la fuente de todas sus dolencias físicas. Ahora bien, el apóstol dice que la carne piensa -- το φρόνημα της σαρκός -- es decir, el cerebro, como todos los que piensan están bien enredados por su propia conciencia. Entonces, si a este órgano pensante se le manda que no haga lo que es natural para él hacer bajo un impulso ciego, ¿no desobedecerá por instinto natural? Pero esta desobediencia es errónea, porque lo que Dios manda que se haga es perfectamente correcto; de modo que “por medio de la ley es el conocimiento del pecado”; y como esta ley requiere una obediencia que no es natural, seguramente la carne va a pensar en oposición a ella. La filosofía de la superstición es: la religión está en armonía con la forma de pensar de la carne; mientras que la verdadera religión es religión en conformidad con los pensamientos de Dios que están expresados en su ley. De ahí que no es de extrañarse que la religión y la superstición sean tan hostiles entre sí; y que todo el mundo sostenga a esta última; mientras que muy pocos se han de encontrar que se identifiquen con la religión de Dios. Ambas son tan opuestas como la carne con el espíritu. El pecado, digo, es sinónimo de la naturaleza humana. De ahí que a la carne se le considera invariablemente impura. Por lo tanto, está escrito: “¿Cómo será limpio el que nace de mujer?” (Job 25:4). “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie” (Job 14:4). “¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que sea justo el nacido de mujer? He aquí, en sus santos no confía, y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos; ¿cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la iniquidad como agua?” (Job 15:14-16). Este concepto acerca del pecado en la carne es iluminador en los asuntos referentes a Jesús. El apóstol dice: “Al que no conoció pecado, [Dios] por nosotros le hizo pecado” (2 Corintios 5:21); y él explicó esto en otro lugar diciendo que “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3) al ofrendar su cuerpo de una vez para siempre (Hebreos 10:10, 12, 14). El pecado no habría podido ser condenado en el cuerpo de Jesús, si no hubiese estado allí. Su cuerpo era tan impuro como el cuerpo de aquellos por los cuales murió; porque él nació de mujer y “nadie” puede sacar un cuerpo limpio de un cuerpo contaminado, porque, dice Jesús mismo, “lo que es nacido de la carne, carne es” (Juan 3:6). Según esta ley física, nación la Simiente de la mujer en el mundo. La naturaleza de María era tan impura como la de otras mujeres; y, por lo tanto, sólo podía dar a luz a “un cuerpo” como el de ella, aunque especialmente “preparado por Dios” (Hebreos 10:5). Si la naturaleza de María hubiese sido inmaculada, como afirman sus idólatras adoradores, habría nacido de ella un cuerpo inmaculado; lo cual, por consiguiente, no habría servido al propósito de Dios, el cual era condenar al pecado en la carne; algo que no se habría podido realizar si no hubiera habido pecado allí. Hablando de la concepción y preparación de la Simiente, el profeta de modo representativo dice: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Esto no es más que afirmar que él nació de la carne de pecado; y no de la pura e incorruptible naturaleza angélica. Siendo la carne de pecado la naturaleza hereditaria del Señor Jesús, él era un sacrificio apto y adecuado por el pecado; especialmente cuando él era “inocente de la gran transgresión” por haber sido obediente en todas las cosas. Al manifestarse en la naturaleza de la simiente de Abraham (Hebreos 2:16-18), él quedó sujeto a todas las emociones que nos afligen a nosotros; de modo que él estaba capacitado para simpatizar con nuestras dolencias (Hebreos 4:15) por haber sido “hecho en todo semejante a sus hermanos”. Pero, cuando nació del Espíritu”, siendo vivificado en su cuerpo mortal por el espíritu (Romanos 8:11), él llegó a ser un espíritu; porque “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Es por eso que él es “el Señor del Espíritu”, de carne y huesos incorruptibles. El pecado en la carne es hereditario; y trasmitido al género humano a consecuencia de la infracción de Adán a la ley del Edén. El “pecado original” era tal como lo he mostrado en páginas anteriores. Adán y Eva lo cometieron; y su posteridad está sufriendo las consecuencias de ello. La tribu de Leví pagó diezmos a Melquisedec muchos años antes de que naciera Leví. El apóstol dice: “En Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos”. En base al mismo principio federal, todo el género humano comió del fruto prohibido, perteneciendo a los lomos de Adán, cuando éste transgredió. Éste es el único medio en que los hombres, por cualquier posibilidad, pueden ser culpables del pecado original. Debido a que ellos pecaron en Adán, por consiguiente regresan al polvo del cual provino Adán -- …………….., dice el apóstol, “en quien todos pecaron”. Hay mucha necedad que se dice y se escribe respecto al “pecado original”. A los infantes se les somete a una ceremonia religiosa para regenerarlos a causa del pecado original; debido al cual, según la filosofía calvinista, ¡están sujetos a las llamas del infierno para siempre! Si el pecado original, que en realidad es el pecado en la carne, pudiera ser neutralizado, entonces todos los bebés “regenerados por medio del bautismo” deberían vivir para siempre, como le habría ocurrido a Adán si hubiera comido del Árbol de la Vida después de que hubo pecado. Pero ellos mueren; lo cual es una prueba de que la “regeneración” no cura “sus almas”; y, por lo tanto, no es más que pura charlatanería teológica. Habiendo el género humano nacido de la carne, y de la voluntad del hombre, nacen en el mundo bajo la constitución del pecado. Es decir, son ciudadanos naturales del reino de Satanás. Por su nacimiento carnal, están sujetos a todo lo que el pecado puede conferirles. ¿Qué es lo que crea la diferencia de cuerpos políticos entre los hijos de Adán? Es la constitución, o pacto. Entonces, por la constitución, un hombre es inglés, y otro norteamericano. El primero es británico porque nació de la carne bajo la constitución británica. En este caso, no es digno ni de elogio ni de culpa. Él fue hecho sujeto a la constitución, no de su propia voluntad, sino por razón de aquellos que eligieron que él naciera bajo dicha constitución. Pero cuando llega a la mayoría de edad, el mismo hombre puede hacerse norteamericano. Él puede despojarse del viejo hombre de la carne política, y convertirse en el nuevo hombre que es creado por la constitución de los Estados Unidos; de modo que por medio de la constitución, llega a ser un norteamericano en todo aspecto, excepto por las circunstancias de su nacimiento. Esto será suficientemente claro para ilustrar lo que diré a continuación. Hay dos estados o reinos en los sistemas de Dios, los cuales se distinguen por la constitución. Éstos son el reino de Satanás y el reino de Dios. Los ciudadanos del primero son todos pecadores; los herederos del segundo son santos. Los hombres no pueden nacer herederos por la voluntad de la carne; porque el nacimiento natural no confiere derecho alguno al reino de Dios. Los hombres deben nacer pecadores antes antes de que puedan llegar a ser santos; así como uno debe haber nacido extranjero antes de que pueda ser adoptado como ciudadano de los Estados Unidos. Es absurdo decir que los niños nacen santos, excepto en el sentido de que son legítimos. Nadie nace santo, sino aquellos que nacen del Espíritu para entrar en el reino de Dios. Los hijos nacen pecadores o impuros porque nacen de la carne pecadora; y “lo que nace de la carne, carne es”, o pecado es. Esto es una desgracia, no un crimen. Ellos no eligieron nacer pecadores. En este caso no tienen elección; porque está escrito: “La creación fue sujetada ………………….. a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza” (Romanos 8:20). De ahí que el apóstol diga: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Romanos 5:19), es decir, se les dotó de una naturaleza semejante a la suya, la cual se había hecho impura como resultado de la desobediencia; y por la constitución del sistema en el cual fueron incorporados por la voluntad de la carne, quedaron constituidos como transgresores antes de que pudieran discernir entre el bien y el mal. En base a este principio, aquel que nace de carne de pecado es un pecador; así como el que nace de padres ingleses es un hijo inglés. Semejante pecador es heredero de todo lo que se derive del pecado. De ahí que los bebés recién nacidos sufren todo el mal del característico gobierno de Satanás, o reino del pecado, al cual pertenecen. Se este modo, en el caso de los amalecitas, cuando cayó la venganza divina sobre ellos, el decreto fue éste: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun a los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:3). La destrucción de “niños pequeños y los de pecho” es algo que se manda específicamente en diversas partes de la Escritura. No porque fueran transgresores responsables; sino, en base al mismo principio por el que los hombres no sólo destruyen a todas serpientes adultas que encuentran a su paso, sino también a su filiforme progenie; porque en ellos está el germen de reptiles venenosos y malignos. Si Dios se hubiera apiadado de los niños pequeños y los de pecho de las naciones cananeas, cuando ellos hubieran llegado a la edad adulta, aun cuando hayan sido educados por Israel, habrían vuelto a las iniquidades de sus padres. Incluso Israel mismo resultó ser una raza dura de entendimiento y perversa, a pesar de todas las penurias que el Señor Dios les impuso para su educación, ¿cuánto más perversa habría sido esta simiente de malignas serpientes, o progenie de los cananeos? Es una ley de la carne que los hijos heredan los genes de sus padres. Hombres depravados y falsos se reproducen en sus hijos e hijas. Un experimento se ensayó en niños pequeños de indios. Se les apartó de sus padres y se les educó cuidadosamente en el conocimiento y civilización del hombre blanco. Pero cuando han regresado a su tribu ya como hombres, se han despojado de los hábitos de sus patrocinadores y han adoptado las prácticas de la vida salvaje. La misma tendencia se ve en otros animales. Ponga los huevos de un pavo en estado salvaje a empollar por uno domesticado; y tan pronto como estén en condiciones de valerse por sí mismos abandonarán el corral de las aves para reunirse con las especies indomesticados del bosque. Tan fuerte es el hábito que se convierte en una ley para la carne, cuando ha continuado por generaciones en una sucesión de años. Pero los hombres no sólo son hechos o constituidos en pecadores por la desobediencia de Adán, sino que llegan a ser pecadores como él por transgresión literal. Habiendo alcanzado la madurez de su naturaleza, llegan a ser criaturas conscientes y responsables. En esta crisis, por medio de una disposición divina, pueden llegar a quedar relacionados con su palabra. Ésta se convierte para ellos en un Árbol de la Vida (Proverbios 3:18) que los invita a “tomar y comer y vivir para siempre”. Sin embargo, si prefieren comer del fruto prohibido del mundo, quedan bajo la sentencia de muerte por su propia causa. De este modo, quedan doblemente condenados. Ellos “ya están condenados” al polvo como pecadores innatos; y, secundariamente, condenados a una resurrección a fin de comparecer a juicio por rechazar el evangelio del reino de Dios, por el cual llegan a ser candidatos a “la SEGUNDA muerte” (Apoc. 20:14). De este modo los hombres son pecadores en un doble sentido; primero, por nacimiento natural; y segundo, por transgresión. En el primer sentido, es obvio que no pueden evitarlo. No serán condenados a la segunda muerte tan sólo porque nacieron pecadores; ni a ningunas otras penurias y penalidades que son la suerte común de la humanidad en la vida actual. Ellos simplemente se hallan bajo esa disposición de la constitución del pecado que dice: “Polvo eres, y al polvo volverás”. Ahora bien, si el Señor Dios no hubiera hecho ningún otro plan que el expresado en la sentencia pronunciada contra la mujer y el hombre, ellos y toda su posteridad en todas sus generaciones habrían ido incesantemente al polvo y allí habrían quedado para siempre. “La paga del pecado es la muerte””. La carne de pecado no confiere nada bueno a su progenie; porque la santidad, la justicia, la incorruptibilidad y la vida para siempre no son hereditarias. Ninguna de estas características son inherentes en la carne animal. Los pecadores sólo pueden adquirirlas si están en conformidad con la ley de Dios; el cual las ofrece libremente a todos los que tienen sed del agua de vida eterna (Apoc. 22:17; Isaías 55:1-3). LA CONSTITUCIÓN DE LA JUSTICIA “Constituía la justicia de Dios en Cristo” Habiendo admitido lo anterior, si los hombres fuesen justos en la estima de Dios, deben llegar a ser como tales por medio de la constitución también. Las “buenas acciones” de un pecador piadoso no son más que “obras muertas”; porque para que las acciones de un pecador sean de algún valor en relación con el estado futuro, él debe ser “constituido un justo”; y esto sólo puede ser por medio de someterse a una constitución hecha y provista para este propósito. Un desconocido y extranjero para la comunidad de los Estados sólo puede llegar a ser un conciudadano con los norteamericanos por medio de tomar el juramento de abjuración, cumpliendo el tiempo de su probación, y hacer el juramento de fidelidad conforme a las provisiones de la constitución. Ahora bien, el reino de Dios tiene una constitución así como el reino de Satanás, o esa provincia del reino denominada Estado Unidos. Antes de que los pecadores se integren al reino de Dios, se les caracteriza como “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel, y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios [atheos = ateos] en el mundo” (Efesios 2:12, 13, 19). Se les llama “lejanos”. “extranjeros y advenedizos” “que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Efesios 4:17, 18). Pero, nótese el sagrado estilo descriptivo de los pecadores después de que han quedado bajo la constitución de la comunidad de Israel, la cual es el reino de Dios. “Vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”; “por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. Así, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos con los santos, miembros de la familia de Dios” – “coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa en Cristo, por medio del evangelio” (Efesios 3:6). En este notable contraste se puede descubrir un gran cambio en el estado y en el carácter referido a las mismas personas. ¿Cómo se efectuó esta transformación? La contestación a esta pregunta se halla en la frase “en Cristo por medio del evangelio”. La palabra en expresa el estado; y el término por medio de refleja la instrumentalizad por medio del cual se produjo el cambio de estado y de carácter. Como la constitución del pecado tiene su raíz en la desobediencia del Primer Adán, así también la constitución de la justicia tiene su raíz en la obediencia del Segundo Adán. De ahí que el apóstol diga: “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres [es decir, a judíos y gentiles] la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos [-------------] pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:18, 19). Los dos Adanes son dos jefes federales; el primero es figura del segundo (v. 14) en estas relaciones. Todos los pecadores se hallan en el primer Adán; y todos los justos en el segundo, sólo en un concepto diferente. Los pecadores pertenecían al linaje del primero cuando éste transgredió; pero no en el linaje del segundo, cuando éste fue obediente hasta la muerte; por lo tanto, “la carne para nada aprovecha”. Por esta causa, pues, para que los hijos de Adán lleguen a ser hijos de Dios, deben someterse a una adopción, la que sólo se puede obtener por algún medio designado divinamente. capítulo 4 (parte 2) volver al índice |