Elpis Israel - Capítulo 2
LA CREACIÓN DE LA TIERRA Y DEL HOMBRE La tierra antes de la creación de Adán era la habitación de los ángeles que no guardaron su primer estado -- Se corrige un error geológico -- El día de reposo y el día del Señor -- La formación del hombre y de la mujer -- Se explica el "gran misterio" de cómo fue la mujer formada del hombre -- El Edén -- El huerto de Edén -- Una consideración del paraíso original y del futuro -- El dominio original del hombre se limitó a las criaturas inferiores y a su propia familia inmediata -- Acerca de los dos árboles del jardín -- Y el hombre en su estado original. -------------- El relato general de la obra de los seis días se halla en el primer capítulo de Génesis; mientras que en el segundo se presenta, entre otras cosas, una narración más pormenorizada de la obra de los seis días en la formación de la primera pareja humana. Que el lector examine la historia de la creación como una revelación para sí mismo como un habitante de la tierra. El relato le informa acerca del orden en que se habrían desarrollado las cosas narradas desde su punto de vista, si se le hubiese situado sobre alguna roca sobresaliente como espectador de los acontecimientos detallados. Él debe recordar esto. El relato mosaico no es una revelación para los habitantes de otras orbes muy lejos de la tierra acerca de la formación del universo infinito; sino para el hombre como un elemento constitutivo del sistema terrestre. Esto explica por qué se dice que la luz fue creada cuatro días antes que el sol, la luna y las estrellas. Para un observador desde la tierra este era el orden en que aparecieron; y en lo que a él respecta, una creación inicial, aunque absolutamente preexistente durante millones de siglos antes de la era adánica. La duración de las revoluciones de la tierra alrededor del sol, anterior a la obra del primer día, no se ha revelado; pero las evidencias producidas por los estratos de nuestro globo muestran que el período fue largo y continuado. Ciertamente hay indicios que se hallan como por casualidad en las Escrituras, que parecerían indicar que nuestro planeta fue habitado por una raza de seres anterior a la formación del hombre. El apóstol Pedro, refiriéndose a los "falsos maestros" que surgirían entre los cristianos "por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado", ilustra la certeza de su "condenación" citando tres casos específicos, a saber, el de ciertos ángeles, el del mundo antediluviano, y el de Sodoma y Gomorra. Ahora bien, sabemos que la tierra fue el lugar de juicio para los contemporáneos de Noé y Lot, y ya que estos tres casos son advertencias para los habitantes de la tierra, es probable que los tres estén relacionados a hechos que conciernen a nuestro globo terráqueo en el orden en que fueron enumerados; primero, juicio sobre los habitantes pre-adánicos; segundo, sobre el mundo antediluviano, que vino después de ellos; y tercero, sobre Sodoma, después del diluvio. Pedro dice que "los ángeles", o habitantes pre-adánicos de la tierra, "pecaron"; y Judas, al referirse al mismo tema, nos revela la naturaleza de su trasgresión. Él dice, versículo 6, que "los ángeles... no guardaron su dignidad ["su primer estado" - KJV], sino que abandonaron su propia morada". De lo cual parecería que ellos tenían la facultad de abandonar su morada, si así lo querían; segundo, que a veces se les ocupaba como mensajeros a otras partes del universo; esto implica su nombre [angelos, un enviado]; tercero, que tenían prohibido salir de su residencia sin un mandato especial para hacerlo; y cuarto, que ellos violaron esta prohibición y salieron. Habiendo trasgredido la ley divina, Dios no los perdonaría, "sino que arrojándolos" hacia abajo, o enviándolos de vuelta, "los entregó a prisiones ["cadenas" Diaglott] de oscuridad, para ser reservados al juicio" (2 Pedro 2:4). De ahí que es claro que cuando fueron enviados de vuelta a su residencia, les sobrevino alguna catástrofe por la cual su confinamiento a la oscuridad se hizo efectivo. Probablemente esto consistió en la total destrucción de su morada, y completo sumergimiento, con todos los mamuts de su estado, en las aguas de un abrumador diluvio. Reducida a este extremo rigor, la tierra llegó a ser "desordenada ["sin forma" KJV] y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo" (Génesis 1:1). Sus montañas, colinas, valles, llanuras, mares, ríos, y fuentes de aguas, quedaban diversidad de "forma" a la superficie de nuestro globo, todo desapareció; y quedó "vacía", sin que pudieran hallarse seres vivientes, ni ángeles, ni cuadrúpedos, ni pájaros, ni peces sobre ella. Sin embargo, la investigación geológica ha sacado a luz fragmentos del caos de este mundo pre-adánico, a cuyos registros remitimos al lector para un detallado relato de sus descubrimientos, con esta observación, que sus restos orgánicos, yacimientos de carbón y estratos pertenecen a las épocas de antes de la formación del hombre, y no a la era de la creación o al diluvio de los días de Noé. Este punto de vista del asunto eliminará un montón de dificultades, las cuales hasta ahora han perturbado la armonía entre las conclusiones de geólogos y el relato mosaico acerca de la constitución de nuestro globo terráqueo. Los geólogos se han esforzado por extender los seis días en seis mil años. Pero esto, con los datos bíblicos que hemos aducido, es completamente innecesario. En vez de seis mil, podrían sugerir sesenta mil; porque las Escrituras no revelan ninguna extensión de tiempo durante la cual los ángeles terrestres habitaron nuestro globo terráqueo. Los seis días del Génesis fueron indudablemente seis revoluciones diurnas de la tierra sobre su eje. Esto queda claro por el tenor de la ley del día de reposo: "Seis días trabajarás [oh Israel], y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Yahvéh tu Dios; no hagas en él obra alguna;... Porque en seis días hizo Yahvéh los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Yahvéh bendijo el día de reposo y lo santificó". ¿Sería una razón lógica que, porque el Señor trabajó seis períodos de mil o más años cada uno y que hubo cesado como dos mil años hasta que dio la ley por la cual los israelitas habían de trabajar seis períodos de doce horas, y no hacer ninguna obra en un séptimo período o día de igual duración? ¿Podría cualquier israelita o gentil, no estropeado por vana filosofía, llegar a la conclusión de los geólogos leyendo la ley del día de reposo? Creemos que no. Seis días de duración normal era tiempo suficiente para la Omnipotencia con todo el poder del universo a su disposición para volver a formar la tierra, y colocar sobre ella unos pocos animales necesarios para el comienzo de un nuevo orden de cosas en el globo terráqueo. Pero, ¿qué ha de pasar con los ángeles malignos que se hallan en cadenas de oscuridad, y quiénes serán sus jueces? Judas dice que fueron confinados "para el juicio DEL GRAN DÍA". Él alude a este gran día en su cita de la profecía de Enoc, diciendo: "He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares [los ángeles de su poder - 2 Tesalonicenses 1:7] para hacer juicio contra todos", etc. Pablo denomina esta venida del Señor para juicio como "el día de Cristo", durante el cual los santos, con ángeles ministrándolos, habiendo vuelto a vivir, reinarán con Cristo por mil años en la tierra (Hechos 17:31; 2 Tesalonicenses 2:2; Apocalipsis 5:10; 20:4, 11-15). Este es el gran día de juicio, un periodo de mil años, en el cual Cristo y sus santos gobernarán las naciones en justicia, juzgarán a los muertos resucitados en su reino conforme a sus obras; y asignarán a los ángeles rebeldes la recompensa que les espera por su trasgresión. "O no sabéis", dijo Pablo, "que [los santos] hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?" (1 Corintios 6:3). Por estos datos, entonces, concluimos que estos ángeles serán juzgados en el Día de Cristo por Jesús y los santos. En el período entre el caos del globo terráqueo como la morada de los ángeles rebeldes y la época del primer día, la tierra fue descrita en Génesis 1:2 como "desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo"; un globo de estructura mineral, sumergido en agua y cubierto con un manto de noche impenetrable. De estos crudos materiales, se construyó una nueva morada y se adaptó para nuevas razas de seres vivientes. En el primer día, se hizo que la luz brillara entre las tinieblas, y dejara al descubierto la faz de las aguas; en el segundo, se formó la atmósfera llamada cielo, debido a lo cual fue posible que la niebla flotara en masa por encima del océano; en el tercer día, las aguas fueron reunidas en mares, y entonces apareció la parte seca llamada la tierra. Entonces se revistió de vegetación, de frutas y de bosques, preparatorio para la llegada de seres herbívoros para que la habitaran. En el cuarto día, la atmósfera expandida se hizo trasparente, y las luminosas orbes del universo se podían ver desde la superficie de la tierra. Nuestro globo terráqueo fue colocado entonces en tal relación astronómica con ellos como para que quedara sujeto a sus influencias y vicisitudes en el día y la noche, verano e invierno, y que pudieran servir para señales y años. De este modo, el sol, la luna y las estrellas que Dios había hecho, por medio de darle al eje de la tierra una cierta inclinación al plano de la elíptica, quedó difusiva para las influencias más geniales sobre la tierra y el mar. Ahora era una morada adecuada y hermosa para animales de toda clase. El lugar para vivir estaba perfeccionado, bien aireado, y gloriosamente iluminado por las luces del cielo; el alimento estaba provisto en abundancia; y la residencia esperaba sólo a unos jubilosos ocupantes para estar completa. Esta fue la obra del quinto y sexto día. En el quinto, los peces y aves acuáticas fueron producidos desde las rebosantes aguas; y en el sexto, el ganado, los reptiles, aves de tierra y las bestias de la tierra surgieron del "polvo de la tierra", macho y hembra, según sus varias especies (Génesis 1:20-25; 2:19). Pero entre todos éstos no había ni uno apto para ejercer dominio sobre el mundo animal, o para reflejar los atributos divinos. Por lo tanto, los Elohim dijeron: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza"; y que tenga dominio sobre las criaturas vivientes. De este modo, los Elohim crearon al hombre a su imagen, macho y hembra los creó. Mayores detalles respecto a la formación de la pareja humana se dan en el segundo capítulo de Génesis, versículos 7, 18, 21-25. estos pasajes pertenecen a la obra del sexto día, mientras que desde el versículo 8 al 14 pertenecen al relato del tercero; y desde el 15 al 17 es paralelo con el capítulo 1:28-31, lo que completa la historia del sexto. "Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos", y Yahvéh Elohim, al revisar la estupenda y gloriosa creación elaborada por el Espíritu, la declaró como "MUY BUENA". Entonces los Elohim, o "las estrellas del alba", "alababan... y se regocijaban todos los hijos de Dios" (Job 38:4-7). REFERENTE AL DÍA DE REPOSO En el séptimo día, que no fue ni más largo ni más corto que los días que le precedieron, "y acabó Dios... la obra que hizo"; y a causa de este notable acontecimiento, "lo bendijo... y lo santificó". Un día es bendito debido a lo que se confiere o se conferirá a aquellos que se les manda observarlo. La santificación del día implica apartarlo para que se guarde de alguna manera diferente a los otros días. La manera en que se observaba originalmente se puede inferir por la ley sobre dicho día cuando le fue mandado a los israelitas. A ellos se les dijo: "Acuérdate del día de reposo para santificarlo". Si se pregunta cómo había de ser santificado, la respuesta es: "No hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo", ni nadie ni nada que te pertenezca; y la razón de esta total abstención de todo trabajo la da el propio ejemplo del Señor en que él "reposó del día séptimo". La naturaleza de su observancia en los siglos y generaciones, y su recompensa, está bien expresada en las palabras e Isaías: "Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Yahvéh; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Yahvéh; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Yahvéh lo ha hablado" (Isaías 58:13-14). En este pasaje se declaran las condiciones sobre las cuales los fieles israelitas puedan heredar la bendición tipificada por el resto del séptimo día. Ellos habían de dedicarse con alegría al camino del Señor. Ellos no habían de simplemente abstenerse del trabajo, bostezando y quejándose de lo tedioso del día, y deseando que terminara para que pudieran regresar a su curso de vida normal; sino que habían de estimarlo como un día delicioso, santo y honorable. Su placer había de consistir en hacer lo que el Señor requería, y en hablar de La "preciosas y grandísimas promesas" que él había hecho. Hacer esto era "no hablar sus propias palabras", sino las palabras del Señor. Sin embargo, una observancia como ésta acerca del día de reposo, implica una mente fiel y una disposición benévola como resultado de conocer la verdad. Ni los antediluvianos ni los postdiluvianos pudieron "llamar al día de reposo una delicia", los cuales eran ya sea ignorantes o incrédulos de la importancia de la promesa, "te deleitarás en Yahvéh; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob". Un hombre que simplemente mirara el séptimo día como un día de reposo en el cual quedaba interdicto de los placeres, y de conversación agradable para él, y de los afanes por hacer dinero en lo cual se deleitaba, consideraría el día más como un castigo semanal que como alegre y honorable. Aunque él pudiera abstenerse mecánicamente del trabajo, no lo guardaría como para tener derecho a la bendición que pertenecía a la observancia del día del Señor. Era un fastidio para él porque, siendo sin fe, no percibía ningún galardón por guardarlo; y "sin fe es imposible agradar a Dios". El galardón para los patriarcas e israelitas antediluvianos y postdiluvianos por una fiel observancia, o conmemoración del reposo de Yahvéh de su obra creadora, era "deleitarse en Yahvéh, subir sobre las alturas de la tierra, y comer de la heredad de Jacob". Esto era ni más ni menos que una promesa de heredar el reino de Dios, lo cual es un resumen de "lo que se espera, [y] lo que no se ve", o el tema central de la fe que agrada a Dios. Cuando se establezca ese reino, todos los que sean considerados dignos de él "se deleitarán o se alegrarán en el Señor"; y ocuparán "las alturas de la tierra", gobernando sobre las naciones como sus asociados reyes y sacerdotes; y formarán parte de los "nuevos cielos y nueva tierra", en los cuales mora la justicia, cuando Jerusalén se regocijará y su pueblo Israel tendrá gozo (Mateo 25:23, 24; Apocalipsis 2:26, 27; 3:21; 5:9, 10; 20:4; Daniel 7:18, 22, 27; Isaías 65:17, 18). El conocimiento y creencia de estas cosas era el poderoso y transformador motivo que causó que Abel, Abraham, Moisés, Jesús, etc., "llamaran al día de reposo delicia, santo, glorioso de Yahvéh"; y lo observaran como posiblemente los hijos de Belial no pueden hacerlo. Pero aunque este era el motivo, incluso la fe, lo que inspiraba a los hijos de Dios a santificar el séptimo día, no permitía que los infieles lo trasgredieran o lo profanaran con impunidad. No sabemos qué penalidad, si la hubo, se asignaba antes del diluvio a su trasgresión; pero su profanación bajo la constitución mosaica era castigada con venganza drástica e inmediata, como se evidencia en los siguientes testimonios: 1. "Habló además Yahvéh a Moisés, diciendo: Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Yahvéh que os santifico. Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo. Seis días se trabajará, más el día séptimo es día de reposo consagrado a Yahvéh; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá. Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Yahvéh los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó" (Éxodo 31:12-17). 2. "Acuérdate [oh Israel] que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Yahvéh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Yahvéh tu Dios te ha mandado que g guardes el día de reposo" (Deuteronomio 5:15). 3. "Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo para Yahvéh; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá. No encenderéis fuego en ninguna de vuestras moradas en el día de reposo" (Éxodo 35:2, 3). 4. "Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que lo hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le debía hacer. Y Yahvéh dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Yahvéh mandó a Moisés" (Números 15:32-36). 5. "Así ha dicho Yahvéh: G guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén. Ni saquéis carga de vuestras casas en el día de reposo, ni hagáis trabajo alguno, sino santificad el día de reposo, como mandé a vuestros padres [...]. No obstante, si vosotros me obedeciereis, dice Yahvéh, no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en el día de reposo, sino que santificareis el día de reposo, no haciendo en él ningún trabajo, entrarán por las puertas de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los varones de Judá y los moradores de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre. Y vendrán de las ciudades de Judá, de los alrededores de Jerusalén, de tierra de Benjamín, de la Sefela, de los montes y del Neguev, trayendo holocausto y sacrificio, y ofrenda e incienso, y trayendo sacrificio de alabanza a la casa de Yahvéh. Pero si no me oyereis para santificar el día de reposo, y para no traer carga ni meterla por las puerta de Jerusalén e n día de reposo, yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará" (Jeremías 17:21-27). 6. "Estése, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día" (Éxodo 16:29-30). En estos testimonios queda claro que era ilícito que los siervos de las familias de Israel encendieran fuego, cocinaran alimento, pusieran arnés a los caballos, llevaran la familia a la sinagoga, o sacerdotes al templo para oficiar en el servicio del Señor. Que las familias hicieran visitas en el día de reposo, que salieran de excursión por razones de salud, o para predicar y conversar de asuntos mundanos o familiares, o de cualquier clase de asuntos seculares, era también ilegal y castigado con la pena de muerte. También se observará que la ley se aplicaba sólo al séptimo día de la semana, y a ningún otro. Era lícito hacer todas estas cosas en el primer día o en el octavo (sin embargo, se exceptuaban algunos días en particular), pero no en el séptimo. No obstante, en este día era "lícito hacer el bien"; pero este bien no era arbitrario. Ni los sacerdotes ni el pueblo eran los jueces del bien o del mal, sino sólo la ley que lo definía. "En el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa" (Mateo 12:5), puesto que la ley les ordenaba ofrecer "dos corderos de un año sin defecto [...] como [...] holocausto de cada día de reposo" (Números 28:9-10). Esto era una profanación de la ley del séptimo día que prohibía que se hiciera "ninguna obra", y si no lo hubiera mandado Dios, ellos habrían sido "condenados a muerte". Era sobre esta base que Jesús era "sin culpa"; por cuanto él hacía la obra de Dios aquel día al sanar al enfermo como el Padre le había ordenado. "El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto", dijo Jesús, "el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo" (Marcos 2:27). Era una sabia y benéfica institución. Prevenía a los israelitas en contra de agotarse, ellos mismos y los que dependían de ellos, por un incesante trabajo duro; y revivía en ellos un recordatorio semanal de la ley y las promesas de Dios. Sin embargo, era sólo "una SOMBRA de cosas que habían de venir", la sustancia de lo cual se halla en las cosas que se relacionan con el Ungido de Dios (Colosenses 2:14, 16-17). Era una parte de "los rudimentos del mundo" inscritos en "el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria", y que el Señor Jesús "quitándola de en medio" la clavó "en la cruz. Cuando fue sepultado, descansó de sus labores, permaneciendo en su lugar todo el séptimo día. Habiendo terminado su obra, resucitó al octavo día, "y reposó". El sombrío día de reposo desapareció ante el brillo de la aparición del sol de justicia; el cual, habiendo llegado a ser el maldecido de la ley, liberó a sus hermanos de su sentencia sobre todos. Las ordenanzas de la ley de Moisés son denominadas por Pablo como "los rudimentos", o "rudimentos del mundo", que, en Gálatas, él también califica de "los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?" (Gálatas 4:3, 5, 9). Ellos manifestaban este deseo al guardar "los días los meses, los tiempos y los años" (v. 10); no quedando satisfechos con las cosas de Cristo, sino intentando combinar las instituciones mosaicas con el evangelio. Esto era judaizante, y el primer paso hacia esa horrible apostasía por la cual el mundo ha sido maldecido por tantos siglos. Cuando la constitución mosaica, como "la representación del conocimiento y la verdad", había "envejecido" por la manifestación de la sustancia a un nivel suficiente para anularla, "desapareció" al ser "lanzada al suelo" por el poder romano, y con ello la ley del séptimo día. Incluso antes de su abolición, Pablo expresó su temor por los Gálatas, "que haya trabajado en vano con [ellos]", ya que ellos estaban poniéndose entusiastas por las ordenanzas de la ley. Parecía que no entendían que el sistema mosaico era sólo un estado de cosas temporal, "añadida a causa de las trasgresiones, hasta que viniese la simiente"; que cuando vino, "nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición"; y que, por lo tanto, ellos no tenían nada que temer ni esperar por cumplir o transgredir sus métodos. Se les había metido en la cabeza que "si no se circuncidaban ni guardaban la ley de Moisés", así como si no creían ni obedecían el evangelio del reino, ellos no podían ser salvos (Hechos 15:1, 5). Por lo tanto, ellos "querían estar bajo la ley", y empezaron a afanarse por "guardar el día de reposo", y a hacer otras obras que Moisés había ordenado a Israel. Pablo estaba muy afligido por esto, y se describe a sí mismo como "volviendo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en [ellos]". Ellos habían sido liberados del "yugo de la esclavitud", vistiéndose de Cristo; pero al intentar renovar su conexión con la ley de Moisés, ellos estaban vendiendo su primogenitura por un plato de lentejas. "Os digo", dijo Pablo, "que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído" (Gálatas 5:2-4). Una observación parcial de la ley no puede hacer ningún bien a nadie. Si él guardara el día de reposo de la manera más aprobada, pero descuida los sacrificios, o come carne de cerdo, estaría tan maldecido como un ladrón o un asaltante; porque a uno que esté bajo la ley se ha dicho: "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas"; de ahí que incluso Jesús, que nunca pecó, fue maldecido por ella, porque fue crucificado; pues está escrito: "Maldito todo el que es colgado en un madero" (Gálatas 3:13). ¿Qué esperanza hay, entonces, para el judío o el gentil de escapar de la maldición de la ley, en vista de que desde la naturaleza misma de las cosas conectadas con el actual estado de Jerusalén es imposible observarla, salvo en unos pocos detalles, parcialmente, en "comida o en bebida, o en cuanto a... días de reposo", etc. La observancia del séptimo día estaba regulada por la Ley Mosaica, y las penalidades debido a su "profanación" las determina sólo ella; pero está claro que habiendo Jesús quitado la ley de en medio, o abolida, quien la clavó en su cruz, ya no quedan más retribuciones por no observar sus decretos; y, por lo tanto, no hay trasgresión en trabajar o divertirse, o en expresar nuestras propias palabras en el séptimo día. En el primer día de la semana de la creación, Dios dijo: "Sea la luz; y fue la luz"; de modo que en el primer día de la semana "LA VERDADERA LUZ" emergió de entre la oscuridad de la tumba "como rocío desde el seno de la aurora". Es un día para ser muy recordado por su pueblo, porque les asegura la justificación de ellos "en él", la resurrección de ellos a la vida, y la certeza de que él gobernará o "juzgará al mundo con justicia" (Hechos 17:31) como rey de Yahvéh, cuando ellos también reinarán con él como reyes y sacerdotes de Dios (Romanos 4:25; 8:11; 1 Corintios 15:14, 20; Apocalipsis 5:9, 10). Este día es también notable a causa de las especiales entrevistas que ocurrieron entre Jesús y sus discípulos después de su resurrección (Juan 20:19, 26). Él ascendió al cielo en este día, a los cuarenta y tres días de su crucifixión; y siete días después, esto es, el quincuagésimo, que era "el día de Pentecostés", el don del Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles, y el evangelio del reino se predicó por primera vez en su nombre. Estando el poder aún en manos de sus enemigos, los cristianos de la nación hebrea seguían observando el séptimo día conforme a la costumbre. De ahí que encontremos a los apóstoles frecuentando las sinagogas en los días de reposo y razonando con la gente por medio de las Escrituras (Hechos 17:2, 17; 18:4; 19:8). Hacerlo de otro modo habría sido crear una innecesaria predisposición, y dejar escapar una de las mejores oportunidades de poner el evangelio a la atención del público judío. Ellos no renunciaron a las sinagogas hasta que fueron echados. Sin embargo, mientras frecuentaban estos lugares en el séptimo día, ellos se reunían con los discípulos cuyas asambleas constituían las iglesias de los santos y de Dios. Ellos ordenaban ancianos [élderes] sobre estas sociedades "enseñándoles que guarden todas las cosas que [Jesús les había] mandado" (Mateo 28:20; Hechos 2:42; 14:22, 23). En su carta a los cristianos hebreos, Pablo lo exhorta a no dejar de reunirse (Hebreos 10:25). Semejante exhortación implica un determinado tiempo y lugar de reunión. ¿En qué día, entonces, se reunían las iglesias de los santos para exhortarse los unos a los otros a fin de inducir al amor y a las buenas obras? Ciertamente no en el séptimo día, porque entonces los apóstoles estaban en las sinagogas. ¿Qué día, entonces, más apropiado que el primer día de la semana? Pero no se puede afirmar hayan recibido el mandato de reunirse en este día, porque no hay testimonio a ese efecto en el Nuevo Testamento. Pero es indiscutible que ellos efectivamente se reunían en el primer día de la semana, y la inferencia más razonable es que ellos lo hacían en obediencia a la instrucción de los apóstoles, de cuyas enseñanzas ellos derivaban toda su fe y práctica, lo que los constituía en discípulos de Jesús. La observancia del primer día de la semana para el Señor sólo es posible para los santos. No hay ninguna ley, excepto la del emperador Constantino, que manda a los pecadores que santifiquen el primero, o el octavo día, o domingo, como lo llaman los gentiles. Para que un pecador guarde este día al Señor, debe llegar a ser uno del pueblo del Señor. Debe creer en el evangelio del reino y en el nombre de Cristo, y ser obediente a él, antes de que cualquier servicio religioso que él pueda ofrecer sea aceptado. Debe venir a Cristo bajo la ley vistiéndose de Cristo, antes de que pueda guardar el día del Señor. Habiendo llegado a ser un cristiano, si guarda el día para el Señor, debe reunirse con una congregación de santos del Nuevo Testamento, y ayudar a edificarlos y a inducirlos al amor y a las buenas obras, y a manifestar la muerte de Cristo, y a alabar y bendecir a Dios. Bajo el evangelio, o "ley de libertad", él no queda sujeto a ningún "yugo de esclavitud" referente al día de reposo. Es para él un deleite cuando se presenta una oportunidad de celebrar de esta manera el día de la resurrección. Él no requiere estatutos penales que lo obliguen a una formal y desagradable negación de sí mismo, o "deber"; porque su comida y bebida es hacer la voluntad de su padre que está en los cielos. La ley de Moisés fue entregada a los israelitas y no a los gentiles, los cuales estaban, por lo tanto, "sin la ley". "Todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley"; en consecuencia, las naciones no están sujetas a ella; y aunque no obtuvieron las bendiciones del Monte Gerizim (a menos que se hayan hecho fieles judíos por adopción), tampoco eran receptores de las maldiciones del Monte Ebal (Deuteronomio 27:9-26). Los infieles judíos y gentiles están igualmente excluidos de los preceptos de Cristo y de sus apóstoles. Lo que éstos prescriben tiene aplicación sobre los discípulos de Jesús. Sólo ellos están "bajo la ley de Cristo". "¿Qué razón tendría yo", dice Pablo, "para juzgar a los que están fuera?... Dios [los] juzgará" (1 Corintios 5:12, 13). Él ha mandado que el evangelio del reino se predique a los pecadores "para la obediencia a la fe". Cuando sean juzgados será por no obedecer "el evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tesalonicenses 1:7-10), y no porque no "asistan a la iglesia" o no guarden un día de reposo instituido por un emperador semipagano del cuarto siglo. El día de reposo que Dios requiere que observen los pecadores es que cesen de las obras de la carne, tan completamente como él reposó de la obra de la creación en el séptimo día, a fin de que ellos puedan entrar en el reposo milenario que aguarda al pueblo de Dios (Hebreos 4:9-11). Frecuentemente los hombres cometen equivocaciones en sus especulaciones por no fijarse bien en la marcada diferencia que subsiste en las Escrituras entre aquellas clases del género humano de nominadas "santos" y "pecadores". Ellos confunden lo que se ha dicho referente a los unos con lo que se ha dicho en relación con los otros. Relativamente, para las instituciones de Dios ellos están tan cerca o tan lejos como lo están los "ciudadanos" y "extranjeros" de las leyes y constitución de los Estados Unidos. "Lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley". Este es un principio establecido por Pablo referente a la ley de Moisés, lo que es igualmente cierto de los códigos de todas las naciones. "Ciudadanos" son los "santos", o apartados, del código en particular por el cual ellos están aislados de todos los otros pueblos.; "mientras que los extranjeros o "forasteros" de su mancomunidad son pecadores en relación con ello; porque ellos viven en otros países en la indiferencia total de sus instituciones, y actuando contrario a sus leyes, y sin embargo son sin culpas; de manera que si fuesen a visitar el país de esa mancomunidad, ellos no serían castigados por su conducta anterior, porque no estaban bajo ley en relación con ellos. Sin embargo, mientras permanezcan allí, déjenlos continuar con sus costumbres nativas y llegarían a ser culpables y dignos del castigo preparado y dispuesto para tales ofensores. Es un hecho que "bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó", o lo apartó; y sin duda, Adán y su esposa descansaron, o interrumpieron, sus labores hortícolas durante ese día. Ciertamente, aún podemos ir más allá y decir que es extremadamente probable que "los hijos de Dios", antes del diluvio, adoraban a Dios conforme a "sus caminos" en ese día; pero en toda la historia de ese largo período que transcurrió desde la santificación del séptimo día hasta la lluvia de pan del cielo para los israelitas en el desierto (Éxodo 16), no hay el menor indicio de ningún castigo por infringir el día de reposo. Por lo tanto, no se puede argumentar delante de Dios en contra de los gentiles a fin de condenarlos a muerte o reprobación basados en las amenazas del código patriarcal. Cualquiera que pudieran ser las estipulaciones, eran sin duda significativas por las bendiciones que se obtendrían por cumplirlas; no de manera aislada, sino en conexión con las otras materias que componen "los caminos de Dios". Como he mostrado, la observancia del séptimo día era obligatoria sólo para los israelitas mientras el código mosaico estuviera en vigor, el cual era "una señal" entre Dios y ellos. Los días de reposo pertenecen a la tierra y pueblo de Israel, y sólo se pueden cumplir conforme a la ley mientras residen en el país. Esto se evidencia por el hecho de que la ley requiere que se deben ofrecer "dos corderos de un año sin defecto" con otras cosas como "el holocausto de cada día de reposo"; una ofrenda que, como todas las ofrendas, etc ., se debe ofrecer en un templo en Jerusalén donde el Señor ha colocado su nombre, y no en las moradas de Jacob. Por lo tanto, Israel debe ser restaurado a su propio país antes siquiera que puedan guardar el día de reposo. Entonces, cuando "se dispondrá el trono en misericordia; y sobre él [el Señor Jesús] se sentará firmemente, en el tabernáculo de David, quien juzgue y busque el juicio, y apresure la justicia" (Isaías 16:5), entonces, digo, "los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercarán para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la carne, dice Yahvéh el Señor... y santificarán mis días de reposo" (Ezequiel 44:15, 24). Pero estos días de reposo no se celebrarán más en el séptimo día. Serán cambiados del séptimo día al octavo, o primer día de la semana, lo cual es lo mismo. La "dispensación del cumplimiento de los tiempos" (Efesios 1:10) que se conoce popularmente como el Milenio, será el antitipo, o sustancia, de la fiesta mosaica de los tabernáculos, lo cual era "sombra de lo que ha de venir". En esta representación, o pauta, Israel había de regocijarse ante el Señor durante siete días, empezando "a los quince días de este mes séptimo... cuando hayáis recogido el fruto de la tierra". En relación con el primer día de los siete, la ley dice: "Tendréis santa convocación; ningún trabajo de siervos haréis". Esto era lo que nosotros llamamos domingo. El estatuto continúa entonces: "[En] el octavo día", también domingo, "tendréis santa convocación, y ofreceréis ofrenda encendida a Yahvéh; es fiesta, ningún trabajo de siervos haréis". De nuevo, "el primer día será de reposo, y el octavo día será también de reposo" (Levítico 23:34-43). De este modo, en estas "figuras de las cosas celestiales", el primero y el octavo día se han establecido como días santos en los cuales ningún trabajo había de hacerse. También representa el llevar palmeras o victorioso recogimiento de las doce tribus de Israel de su actual dispersión a la tierra de sus padres, cundo "Yahvéh alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo" (Isaías 11:11). Tres veces en cuatro versículos, Zacarías denomina a la ida anual de los gentiles a Jerusalén para adorar al Rey, a Yahvéh de los ejércitos, como la celebración de la fiesta de los tabernáculos (Zacarías 14:16-19); un acontecimiento que resulta a causa de la destrucción del dominio representado por la imagen de Nabucodonosor, y el re-establecimiento del reino y trono de David. Esta confluencia nacional de los gentiles hacia Jerusalén es característico de los tiempos del Mesías; y de la verdadera y real fiesta de los tabernáculos, cuando "yo [Jesucristo] te confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre", y "se alegrarán con su pueblo", Israel (Romanos 15:9, 10). Refiriéndose a esta época, el Señor dice: "Este es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre; y nunca más profanará la casa de Israel mi santo nombre, ni ellos ni sus reyes, con sus fornicaciones, ni con los cuerpos muertos de sus reyes en sus lugares altos... Ellos han contaminado mi santo nombre con sus abominaciones que hicieron; por tanto, los consumí en mi furor. Ahora arrojarán lejos de mí sus fornicaciones, y los cuerpos muertos de sus reyes, y habitaré en medio de ellos para siempre" (Ezequiel 43:7-9). Esta es claramente una profecía de lo que ha de acontecer de aquí en adelante, porque la casa de Israel aún continúa profanando el santo nombre de Dios por medio de sus abominaciones; pero cuando esto se lleve a cabo ellos no lo profanarán nunca más. Después de la declaración de estas cosas, a Ezequiel se le manda que les muestre la descripción del templo que está destinado a ser la "casa de oración para todos los pueblos" con sus ordenanzas, formas y leyes. Entonces el Señor Dios declara: "Estas son las ordenanzas del altar el día en que sea hecho", y cuando los levitas de la simiente de Sadoc se le acerquen. Entonces se efectúa la "limpieza del altar" y la consagración de los sacerdotes por medio de las ofrendas de siete días. "Y acabados estos días, del octavo día EN ADELANTE, los sacerdotes sacrificarán sobre el altar vuestros h holocaustos y vuestras ofrendas de paz; y me seréis aceptos [Oh Israel], dice Jehová el Señor" (Ezequiel 43:27). De este modo, el día de la resurrección del Señor de su encarcelamiento en la tumba durante el séptimo día se convierte en el día de reposo de la era futura que será santificado por los sacerdotes de Israel, y todas las naciones lo observarán como un día de santa convocación en el cual se regocijarán, y no harán ninguna clase de trabajo servil en absoluto. Constantino, aunque él mismo no era cristiano, rindió homenaje a la verdad al obligar al mundo a respetar el día en que Cristo Jesús resucitó de entre los muertos. De ahí que en el año 328 ordenó que el día se debía guardar religiosamente, lo que el clero judaizante lo interpretó como la observancia sabática según la ley mosaica referente al séptimo día. Este es el origen de ese sabatismo que de manera tan ridícula, aunque perniciosa, ilustra las Leyes Azules de Connecticut*, el celo de los Agnews y los Plumptres de la Cámara de los Comunes, y las rapsodias de los pietistas del día pasajero. Estas bienintencionadas personas, cuyo celo excede a su conocimiento, parecen no estar conscientes de que Cristo y sus apóstoles no promulgaron un código civil y eclesiástico para las naciones cuando predicaron el evangelio del reino. Su objetivo no era darles leyes y constituciones, sino separar un pueblo especial de entre las naciones que después las gobernaría con justicia y en el temor del Señor, cuando comience la dispensación del cumplimiento de los tiempos (Hechos 15:14; 1 Corintios 6:2; 2 Salmos 23:3, 4; Tito 2:11). Para poder hacer esto, a estos especiales se les requirió que fueran "santos y sin mancha e irreprensibles delante de él [Dios]" (Colosenses 1:22-23; 1 Tesalonicenses 2:19; 3:13). Con este fin se les entregaron las instrucciones, para que bajo la tuición divina ellos fueran "renovados en el espíritu de [su] mente, y [vestidos] del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad". *Según estas leyes, ¡una mujer tenía prohibición de besar a su hijo en el día de reposo! En cuanto a "los que se pierden", "no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira", como castigo (2 Tesalonicenses 2:10-12). Se les deja que se gobiernen solos por sus propias leyes h asta que llegue el tiempo para que Cristo les quite su dominio y asuma la soberanía sobre ellos juntamente con "el pueblo de los santos". Si a ellos les complace imponerse yugos de esclavitud, atándose para guardar el primer día de la semana según la ley mosaica del séptimo día, quedan en libertad de hacerlo. Pero por este acto de "voluntaria humildad" no tienen derecho a ninguna recompensa de parte de Dios, ya que él no se los ha requerido. El galardón debido por observar un día del Señor judaizado que ellos se han impuesto a sí mismo; o, las penas y penalidades que ellos puedan merecer por su "profanación", son tales, y sólo tales, según resulten de la voluntad y placer de los no ilustrados legisladores de las naciones. Es una sabia regulación decretar un cese de las labores y afanes para el hombre y las bestias durante un día en siete; pero traiciona la egregia interpretación errónea de las Escrituras y singular superstición de proclamar la perdición de las almas de los hombres en ardiente azufre, si ellos no lo guardan según la ley mosaica del séptimo día. Todo lo que necesito decir en conclusión es, que si fuese necesario guardar el domingo así como a los judíos se les requería guardar el sábado por la ley de Moisés, entonces aquellos que arman tanto barullo respecto a romper el día de reposo son tan culpables como aquellos a los cuales denuncian por impíos y profanos. "Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos". Si ellos no mantienen la tienda abierta, o pasean por parques o prados, o salen de excursión, o van a lugares públicos de recreo y diversión en el día del Señor; más aún, si encienden la chimenea en el hogar o en casas de reunión, atienden a sus amigos en cómodas y cordiales cenas, viajan en espléndidos carruajes a la iglesia, incomodan a los enfermos y distraen a personas de mente sobria con ruidosas bocinas, entierran a los muertos, hablan sus propias palabras, etc.; todo lo cual es una violación de la ley divina que dice: "Ninguna obra harás tú... ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey"; y "Ni hablando tus propias palabras". Ciertamente, esto pondría en silencio a casi todos los predicadores de nuestros días, cuyos "sermones", cuando los hacen ellos mismos, son enfáticamente de ellos en pensamientos y palabras sin lugar a dudas. No sólo es ridículo, sino categórico fariseísmo, el alboroto que se hace respecto a quebrantar el día de reposo. Que los fanáticos "saquen primero la viga de sus propios ojos; y entonces verán bien para sacar la paja de los ojos de los demás". Si ellos guardaran "el día del Señor", que crean y obedezcan el evangelio del reino en el nombre de Jesús; y que entonces "perseveren en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones" (Hechos 2:42) en el "primer día"; y cesen de las obras de la carne de pecado (Gálatas 5:19) cada día de la semana; y sin duda "se deleitarán en Yahvéh, y subirán sobre las alturas de la tierra, y comerán la heredad de Jacob" en el reino de Dios tal como la boca de Yahvéh lo ha hablado. De las cosas que hemos escrito bajo este encabezamiento, este es el resumen: 1. Los seis días de la creación fueron de la misma extensión que el séptimo, cuya duración se halla definida en la ley mosaica; y en consecuencia, la idea geológica de que sean seis períodos de muchos siglos cada uno se desmorona como una simple presunción de la filosofía de infieles. 2. Dios terminó su obra en el séptimo día, "y tomó respiro" por los cánticos de las estrellas matutinas, y los gritos de júbilo de los hijos de Dios. 3. Para celebrar su reposo, él lo constituyó en un día santo y de bendición. De ahí que fue conmemorativo del pasado y "sombra de lo que ha de venir". 4. Adán y Eva observaban el séptimo día como un día de delicia antes de que se hicieran pecadores. La causa inmediata de su gozo en el día de reposo no está testificada. Es cierto que no era un día oneroso; porque el pecado no había estropeado aún su felicidad. Probablemente se debió a las afables visitas que les concedió el Señor Dios en ese día; y a las revelaciones que les hizo respecto a las cosas que se hallaban en la bendición pronunciada cuando "lo bendijo y lo santificó". 5. No hay registro, ni alusión, de la existencia de un estatuto penal por no observar el séptimo día,; desde su santificación hasta la lluvia de pan del cielo para los israelitas en el desierto de Egipto. 6. La observancia del séptimo día de absoluto reposo de toda clase de trabajo y entretención, acompañado de un especial sacrificio en el altar de bronce del templo, y delicia espiritual en su bendición, era su celebración mosaica mandada a los israelitas y a los que dependían de ellos en Palestina, y sólo a ellos. 7. Su profanación de parte de la mancomunidad de Israel se castigaba con la muerte por apedreamiento. 8. A Israel se le mandó especialmente que recordara el séptimo día y lo guardara tal como lo señalaba la ley; porque Dios al crear su mundo los sacó de Egipto, y descansó de la obra de su creación cuando les dio un descanso temporal y típico, bajo Josué en la tierra de Canaán. 9. Para que un israelita recordara el séptimo día para guardarlo santo, tanto espiritual como ceremonialmente, a fin de obtener la bendición que representaba, era necesario que tuviera una fe abrahámica (Romanos 4:12, 18-22. Lea diligentemente el capítulo completo) en la bendición prometida, y que haya cesado o descansado de las obras de la "carne de pecado". 10. La bendición prometida a los israelitas, los cuales eran los hijos de Abraham por fe además de aquellos por descendencia carnal, para una observancia espiritual del séptimo día (y la cual, hasta que "las actas", o ley mosaica, fuesen quitadas de en medio y clavadas a la cruz, no se podía observar de manera espiritual y profanarlo de manera ceremonial) era que debían "deleitarse en Jehová para ser subido sobre la alturas de la tierra y comer de la heredad de Jacob su padre", cuando llegue el tiempo de cumplir las promesas que se hicieron a Abraham, Isaac y Jacob. 11. La bendición pronunciada respecto a una observancia nacional del séptimo día era la ininterrumpida continuidad del trono de David, y una gran prosperidad nacional. Su profanación había de castigarse con la disolución de la mancomunidad de Israel y la desolación de su país. 12. La observancia mosaica del séptimo día se designó por medio de "una señal" entre Dios y las doce tribus de Israel. Era un día santo para ellos, y que se debía observar perpetuamente durante todas sus generaciones (Mateo 1:17 - las cuarenta y dos generaciones desde Abraham hasta Cristo). 13. Era lícito que los israelitas hicieran el bien en el séptimo día; pero no se les permitía ser los jueces del bien o del mal. Esto estaba definido por la ley. Los sacerdotes profanaban el día de reposo por el arduo trabajo de matar y quemar los sacrificios del séptimo día en el altar, pero son sin culpa; porque esta era una obra buena que el Señor del día de reposo les mandaba hacer. 14. Habiendo terminado la obra que el Padre le había encomendado hacer (Juan 17:4) en el sexto día de la semana, Jesús, mientras se hallaba suspendido en el árbol maldito, clamó en alta voz: "Consumado es" (Juan 19:28-30). "Ya todo estaba consumado", así que las actas mosaicas quedaban anuladas y clavadas con él a la cruz, y eliminadas como regla de vida. El Señor Jesús "descansó de sus labores" en el séptimo día en la tumba silenciosa, y sus discípulos "descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento" (Lucas 23:56). Él permaneció en su lugar, y no salió de él hasta que el día de reposo hubo llegado a su término ( Marcos 16:1). Pero en el octavo día, denominado también como el primer día, Dios le dio libertad (Mateo 28:2), y él salió de la tumba y "tomó respiro". Habiendo "despojado a los principados y a las potestades" que habían sido constituidas por las actas, dejó de manifiesto la expoliación, "triunfando sobre ellos en la cruz", es decir, en su resurrección; librando de este modo para siempre de la esclavitud de la ley, la que, dice Pedro: ... Un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar" (Hechos 15:10). Con la abolición de las actas mosaicas la obligación de guardar el séptimo día como una regla de vida espiritual fue anulada inmediatamente. 15. Los apóstoles y cristianos (Hechos 21:20) de la nación hebrea en Palestina continuaron una observancia ceremonial de los festivales mosaicos (vs. 24-26) (con la excepción de la expiación anual por el pecado) y del séptimo día, hasta que la destrucción de la mancomunidad por los romanos, sobre el mismo principio que los cristianos del Nuevo Testamento que se hallan en las naciones observan ahora el domingo y las leyes; no como un medio de justificación ante Dios, sino como una simple costumbre nacional para la regulación de la sociedad. 16. Los cristianos hebreos que proponían mezclar la ley de Moisés con la de Jesús como una regla espiritual, o medio de justificación, y en consecuencia guardar el séptimo día como sagrado, fueron reprobados severamente por los apóstoles, que lo estigmatizaron como "judaizante" (Gálatas 2:14). 17. Los cristianos judaizantes se esforzaban por imponer la observancia de la ley a los conversos gentiles, la cual los habría obligado a santificar el séptimo día. Pero los apóstoles y ancianos de la comunidad cristiana de Jerusalén lo prohibieron categóricamente, y les escribieron a ellos, diciendo: "Hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos órdenes, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley". Por el contrario, "ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis" (Hechos 15:24-29). 18. En el primer día de la semana (o día después del séptimo, y por lo tanto algunas veces llamado el octavo día), los discípulos de Cristo se congregaban para rememorar su muerte y celebrar su resurrección, lo cual, con un constante descanso de las obras de la "carne de pecado", era todo el sabatismo que practicaban. 19. No hay ley en las Escrituras que requieran que las naciones guarden este día, de la manera que sea, durante su ausencia en que se halla a la diestra de la Majestad en los cielos. Mientras ellos continúen sin fe y desobedientes al evangelio del reino, ninguna nación o personas puede presentar una observancia aceptable del día ante el Señor; sobre el principio que "Yahvéh está lejos de los impíos", cuyo camino y sacrificio "abominación es a Yahvéh" (Proverbios 15: 8, 9, 26-29). 20. El "primer día" fue judaizado por Constantino, el hijo varón de pecado (Apocalipsis 12:2, 5), y su clero. Su actual representante es el sumo sacerdote italiano de la cristiandad papal. Cuando su poder, y el de sus reyes, sea finalmente destruido en "llama ardiente"; cuando Israel sea injertado en su propio olivo nuevamente, y las naciones subyugadas al glorioso cetro del rey de los santos, entonces este día llegará ser el día de reposo santo, "bendito y santificado" de Dios en vez del sombrío séptimo día que era tan sólo "una señal" de lo que entonces habrán de acontecer. LA FORMACIÓN DEL HOMBRE "Porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres" Que "el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo", es una verdad de aplicación general para todas las instituciones de Dios. Sobre este principio, el hombre no fue hecho para la religión, sino que la religión fue hecha para él. Si esto es cierto, entonces se desprende que fue adaptada al hombre en el estado en que Dios lo había formado. De ahí que las instituciones de religión, si son de Dios, se hallarán siempre en armonía con la constitución del hombre y no en desacuerdo con ella. Se han concebido como un remedio para ciertas irregularidades que han invadido la naturaleza intelectual y natural del hombre; por lo cual, se han sobreañadido fenómenos que son destructivos para su ser. Ah ora bien, la adaptación exacta de la religión bíblica a las indicaciones curativas que sugieren los achaques físicos de la naturaleza humana, que todos aquellos que lo entienden no pueden dejar de percibir, prueba que la mente que la estructuró es divina; y que la religión de las Escrituras, y la constitución del hombre, son la obra del mismo y único Creador. Dios es verdaderamente el único médico sabio, cuya práctica se basa en el conocimiento perfecto; porque sólo él (y aquellos a quienes él lo ha revelado) sabe "lo que [hay] en el hombre" (Juan 2:25). De ahí que no se puede descubrir ninguna incongruencia en "su camino" cuando se entiende su método de cura. En medicina, una práctica científica se haya dirigida y fundada en un conocimiento de la estructura o mecanismo del cuerpo, su fuerza motriz, de las funciones que se manifiestan por la actividad de esta fuerza en sus varias partes. La ausencia de este conocimiento en un profesional constituye un empirismo; y es una causa de que inmensas multitudes "mueran", como se dice, "a causa del doctor". Si no conoce la fuerza motriz de la criatura viviente, está tan imposibilitado de corregir sus irregularidades como un relojero que trate de reparar sus desperfectos desconociendo los principios y leyes que hacen que funcione un reloj. Ahora bien, esto se puede tomar como una ilustración del predicamento en que se hallan otros que emprenden la "la cura de las almas". Para tratar a éstas "como obrero que no tiene de qué avergonzarse", un hombre debe estar familiarizado con las "almas" tal como Dios las ha formado y constituido. Él debería saber lo que es una "alma viviente"; cuál es su condición en un estado saludable; cuál es la afección mórbida en particular bajo la cual languidece; cuál es la naturaleza de la cura que corresponde; y cuál es el medio aprobado divinamente por el cual se pueden llevar a cabo las instrucciones de manera infalible. Un intento de "curar almas" sin entender la constitución del hombre tal como fue revelada por Aquel que lo creó, no es más que una experimentación teológica; y tan infructuoso, y más fatalmente destructivo, que el empirismo de los más ignorantes farsantes en el arte de curar. ¡Cómo! ¿Los hombres intentan "curar almas", y no saben lo que es un alma; o imaginan que es algo que se admite que no puede ser demostrado por "el testimonio de Dios"? Esto es como intentar reparar un reloj sin conocer lo que constituye un reloj, o imaginar que es un cajita musical o cualquier otro instrumento concebible. La especulación ha supuesto que el alma es algo dentro del cuerpo humano capaz de vivir fuera del cuerpo, y que puede comer, beber, sentir, degustar, oler, pensar, cantar, y así sucesivamente; y que es de la misma esencia del propio Dios. En tiempos pasados algunos se han ocupado en calcular cuántas de tales almas podrían caber en la punta de una aguja; un problema, sin embargo, que aún permanece sin solución. Muchísimo se ha dicho en "sermones" y sistemas acerca de esta idea; acerca de su supuesta naturaleza, su maravillosa capacidad, su infinito valor, su inmortalidad y destino. Sin embargo, no molestaré al lector con esto. Tenemos que basarnos en "la ley y el testimonio"; y como ellos están del todo en silencio sobre esta supuesta existencia, no ocuparemos nuestras páginas en sobreañadir a la obsoletos escritos referente a sus atributos, lo cual ya se ha perdido en el olvido del pasado. Hago esta mención porque ha sido la piedra angular fundamental, por decirlo así, de aquellos sistemas experimentales de la cura espiritual, los cuales son tan populares en el mundo, y tan absolutamente excluidos y ajenos al método divino. En la suposición de la existencia de esta clase de alma dentro del cuerpo humano se basan las actuales conceptos acerca del cielo, el infierno, la inmortalidad, la salvación de los niños pequeños, el purgatorio, la adoración a los santos, la mariolatría, el milenionismo, la metempsicosis, etc., etc. Se supone su existencia tanto dentro del cuerpo como fuera de él, también se supone que es inmortal. Una existencia desincorporada inmortal requiere una morada, porque algo debe haber en alguna parte; y, como se dice que es virtuosa o viciosa según su supuesta vida dentro del cuerpo, y se asegura que habrá galardones y castigos post mortem, esta morada se muestra como los campos elíseos, o, como lo canta un poeta popular, "un lugar de duendes traviesos condenados". Para disuadir a los hombres de cometer delitos, y guiarlos a "la religión" para que sus almas puedan sanar del pecado, se pintan cuadros horribles, algunas veces en lienzos, otras veces en la imaginación y en ocasiones esculpidos en piedra, en los que muestran crepitantes llamas de azufre, espantosos diablos y horripilantes figuras que llenan la morada tartárea de los fantasmas inmortales de los inicuos. Este destino de los fantasmas condenados era una parte de la "vana filosofía" de los griegos y romanos antes del advenimiento de Cristo. Fue introducida en las iglesias de los santos poco después de que "Dios dio arrepentimiento a los gentiles" (Hechos 11:18). Pero, como los apóstoles enseñaban la resurrección del cuerpo mortal (Romanos 8:11; 1 Corintios 15:42-54), el dogmatismo de los griegos fue modificado de formas distintas. Algunos admitían la resurrección de los muertos; pero, como interfería con su hipótesis acerca de las almas, decían que eso ya se había efectuado (2 Timoteo 2:18); y en consecuencia, que "no hay resurrección de muertos" (1 Corintios 15:12). Esta gentilización de la esperanza del evangelio llenó de celo a Pablo y lo impulsó a escribir el decimoquinto capítulo de su primera carta a los corintios para contrarrestar esta perniciosa influencia. Él escribió a Timoteo para ponerlo en guardia en contra de esto; y llama a los gentilismos "profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia" (1 Timoteo 6:20). Lo exhorta a evitarlos, y a "que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha"; por cuanto "carcomerá como gangrena" (2 Timoteo 2:14, 16, 17). Si no hubiera otra evidencia en lo escritos de Pablo acerca de la inspiración, esta predicción sería suficiente para establecerla. Ha acontecido exactamente como él lo predijo. El dogma de un alma inmortal dentro de la carne pecaminosa mortal ha corroído la médula y la gordura, la carne y los nervios, de la doctrina de Cristo; y ha dejado sólo un maltrecho y ulcerado esqueleto del cristianismo, cuyos huesos secos traquetean bajo los "vientos de doctrina" que soplan a nuestro alrededor, cambiando de opinión varias veces ante cada movimiento de la brújula. Los apóstoles enseñaron dos resurrecciones de los muertos: una en "la manifestación de su presencia" (1 Tesalonicenses 4:14-17; 2 Tesalonicenses 1:7-8; 2:8 texto griego); la otra, a la entrega del reino a Dios al término (Apocalipsis 20:5; 1 Corintios 15:24) de la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Pero esto no se ajusta a la teoría de los dogmáticos. Ellos resolvieron lo primero en lo que llaman "una gloriosa resurrección de la vida espiritual en el alma"; y lo segundo, en una re-unión de los fantasmas desincorporados con sus antiguas mortalidades para enviarlos de vuelta al lugar de donde vinieron. De esta manera, ellos reducen la segunda resurrección a un asunto inútil y superfluo. Sus sistemas envían "almas" a su registro tan pronto como la muerte ataca al cuerpo. A algunos para que sean atormentados en el purgatorio, o en un estado intermedio; otros son enviados directamente a un castigo sin mitigaciones; mientras que ambos, después que han sufrido durante miles de años antes de un juicio y condena, se les hace reunirse con sus cuerpos; y si se pregunta, ¿con qué propósito? El sistema replica: "¡Para ser juzgados!" ¡Primero castigan a las almas y las juzgan después! Esto verdaderamente es justicia humana, pero cierta mente no es justicia divina. La verdad es que este artículo del credo se trae a colación para defender al sistema convencional de la acusación de negar la resurrección del cuerpo, lo cual sería un cargo muy inconveniente frente el testimonio de Dios. Pero esto es inútil, porque el hecho de creer en dogmas que hacen innecesaria y absurda la resurrección del cuerpo mortal es equivalente a negarla. Al decir que no había resurrección futura, Pablo acusó a los corintios de pecado mortal al repudiar la resurrección de Jesús, "porque", dijo él, "si los muertos no resucitan, como dicen algunos de vosotros, "tampoco Cristo resucitó". Su herejía corroe esta verdad, la que se mantiene o cae con la realidad de la "primera resurrección" a su venida (1 Corintios 15:23). La cuestión acerca de la "salvación de los niños pequeños" y la "condenación de los niños pequeños no electos" se origina también en el dogma que hemos señalado. L enseñanza "popular" envía a algunos niños pequeños al infierno y a algunos al cielo; aunque muchas personas de la creencia "popular" están totalmente avergonzados de esta parte del credo. La aprensión por la condenación de sus "almas inmortales" a causa del "pecado original" ha dado lugar a la presunción católica romana de la regeneración rantismal de niños pequeños por medio del Espíritu Santo vertiendo una pocas gotas de agua sobre el rostro y pronunciando cierto formato de palabras. ¡Recientemente un tribunal inglés que era regenerador de las almas de niños pequeños! En realidad, esta cuestión se discutió seriamente entre obispos, sacerdotes, abogados y ministros en el año de gracia de 1849. Tan cierto es eso que "no son los sabios los de mucha edad, ni los ancianos entienden el derecho" (Job 32:9). En lo que a los niños pequeños concierne, esta ceremonia católica romana no tiene ninguna importancia, porque no hace bien ni causa daño. Sin embargo, en un sentido, el tema de "la ordenanza" se ve profundamente perjudicado. Él es adoctrinado por el sistema para que acepte la idea de que fue verdaderamente bautizado fue "regenerado rantismalmente; y, por lo tanto, cuando crece no se molesta más con el tema. Por desgracia, ¡qué estragos ha hecho la apostasía en la doctrina de Cristo! ¡El bautismo de creyentes transmutado al rantismo de un bebé inconsciente para la regeneración de su "alma inmortal". ¿Se habría pensado alguna vez semejante cosa, excepto por las "oposiciones de la ciencia" nicolaítas, las cuales, dice el Señor Jesús, "yo aborrezco" (Apocalipsis 2:6, 15)? No lo creo. Qué importante es, entonces, que tengamos un entendimiento bíblico de la constitución del hombre. Si resultara que por una exposición de la verdad, que no hay en el universo tal cosa como alma como la han concebido los paganos griegos y romanos, y gentilizada en la doctrina de los apóstoles por pervertidores contemporáneos (Gálatas 1:7-9) del evangelio, de la fe y esperanza de aquello que se ha consumido ulceradamente, y trasmitida hasta nosotros por "teólogos convencionales" --y acariciada en estos tiempos como un ingrediente esencial de una verdadera fe--, ¿qué pasará con la "cura de las almas" por medio de las recetas dogmáticas del día? Se refugian en un empirismo teológico que está destinado a retroceder como la oscuridad ante el brillo oriental de la verdad naciente. Esforcémonos entonces por entender cómo Dios ha revelado nuestra naturaleza en su palabra. En el sexto día, los Elohim dieron la palabra, diciendo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza". En esta palabra estaba la vida, el espíritu o energía. "Era Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Juan 1:1-5). De ahí que, dice Eliú: "El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente medio vida" (Job 33:4), o, como testifica Moisés: "Yahvéh Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre ALMA VIVIENTE" (Génesis 2:7; 1 Corintios 15:45). Ahora bien, si alguien preguntase, ¿qué definen las Escrituras que es "un alma viviente"?, la respuesta es un cuerpo animal o natural viviente, sea de aves, bestias, peces u hombres. La frase 'ser viviente' es el sinónimo exacto de alma viviente. Las palabras hebreas nephesh chayiah son las señales de las ideas expresadas por Moisés. Nephesh significa ser, también vida, alma, o estructura que respira, del verbo respirar; chayiah es de vida, un sustantivo del verbo vivir. Nephesh chayiah es el género que incluye todas las especies de seres vivientes, a saber, Adán, hombre; beme, bestia del campo; chitu, bestia salvaje; remesh, reptil; y ouph, ave de corral, etc. En las Escrituras se vierte como alma viviente o ser viviente; de modo que bajo esta forma de expresión las Escrituras hablan de "toda carne" que respira en el aire, en la tierra y en el mar. Escribiendo acerca del cuerpo, el apóstol dice: "Hay cuerpo natural, y hay cuerpo espiritual". Pero él no se contenta con simplemente declarar esta verdad; él va más allá, y lo demuestra citando las palabras de Moisés, diciendo: "Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante" (1 Corintios 15:45). De ahí que, en otro lugar, hablando de Jesús, diga de él: "Porque el Señor es el Espíritu... Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" (2 Corintios 3:17, 18). La prueba de la proposición del apóstol de que hay un cuerpo natural distinto a un cuerpo espiritual, se halla en el testimonio de que "fue hecho el primer hombre Adán alma viviente", mostrando que él consideraba que un cuerpo natural, o animal, y un alma viviente era la misma cosa. Si no era así, entonces en la cita no había prueba de lo que él afirmaba. Entonces, un hombre es un cuerpo de vida en el sentido de que es un animal o un ser viviente. Como un hombre natural, él no tiene más pre-eminencia sobre las criaturas que hizo Dios que lo que su especial estructura orgánica le ha conferido. Moisés no hace distinción entre él y ellos; porque a todos los denomina como almas vivientes, que respiran el hálito de vida. De este modo, vertido literalmente, él dice: "Dijeron los Elohim: produzcan las aguas abundantemente almas vivientes reptiles", y de nuevo: "toda alma viviente que se arrastra". En otro versículo: "Produzca la tierra seres [almas] vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra", etc.; y "a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida" (Génesis 1:20, 21, 24, 30), es decir, aliento de vida. Y finalmente, "y todo lo que Adán llamó a los animales [almas] vivientes, ese es su nombre" (Génesis 2:19). Sin embargo, cuadrúpedos y hombres no sólo son "almas vivientes", sino que están vivificados por el mismo aliento y espíritu. En prueba de esto, señalo primero que la frase "aliento de vida" es neshemet chayim en hebreo; y que como Chayim está en plural, debería verterse como aliento de vidas. En segundo lugar, se dice que este neshemet chayim se halla tanto en criaturas inferiores como en el hombre. De este modo, dijo Dios: "He aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya ruach chayim, espíritu de vidas" (Génesis 6:17). Y en otro pasaje: "Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había ruach chayim, espíritu de vidas". "Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía neshemet ruach chayim, ALIENTO DE ESPÍRITU DE VIDAS en sus narices" (Génesis 7:15, 21, 22).Ahora bien, como ya he dicho, fue el neshemet chayim lo que, según testifica Moisés, Dios sopló en las narices de Adán; por lo tanto, si esto era divina particula aurae (partícula de esencia divina), como afirman algunos, lo que llegó a ser el "alma inmortal" dentro del hombre, entonces todos los otros animales tienen "asimismo" almas inmortales; porque todos ellos recibieron "aliento de espíritu de vidas" en común con el hombre. Creo que por estos testimonios debe ser obvio para la mayoría de los indoctos, que el argumento para sostener la existencia de un "alma inmortal" en la "carne de pecado", derivada h hereditariamente del primer pecador, basados en que el Señor Dios sopló "el aliento de vidas" en sus narices, y en la subsiguiente aplicación a él de la frase "alma viviente", si se admite como buena lógica, esto prueba demasiado, y por lo tanto, no prueba nada de lo que se quiere sostener. Porque si en este sentido se prueba que el hombre es inmortal, entonces sobre tales premisas todos los cuadrúpedos serían de igual manera inmortales; lo cual supongo que nadie, excepto los que creen en la trasmigración de las almas, estarían dispuestos a admitir. El estado original del mundo animal era "bueno en gran manera". No estando corrompidos por la producción del mal, todos sus constituyentes cumplían los propósitos de su existencia. Engendrados por el mismo poder, y formados de la misma sustancia de una madre común, todos estaban animados por el mismo espíritu, y vivían juntos en paz y armonía. Formados para ser estructuras vivientes que respiran, aunque de diferentes especies, vivían en Dios, y en él se movían y tenían su continua existencia; y manifestaban su sabiduría, poder y la obra de sus manos. Pero, volviendo a la filología de nuestro tema, yo señalo que por metonimia, o figura retórica en el cual al contenedor se le llama como si fuese el contenido, y viceversa, nephesh, "la estructura que respira", se refiere como neshemet chayim, lo cual, cuando está en movimiento, la estructura respira. De ahí que nephesh significa "vida", también "aliento" y "alma" (vida), o aquellos principios que son mutuamente efectivos, positivos y negativos en todas las criaturas vivientes, cuyos circuitos cerrados causan movimiento a sus estructuras. A estos principios o cualidades, quizás la misma cosa, Moisés denomina Ruach Elohim (Génesis 1:2), o Espíritu de aquel que es "el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver" (1 Timoteo 6:16) y que, cuando los "Dioses Santos" (Daniel 4:8), que causaron originalmente un movimiento sobre las aguas, y después desengancharon la luz, dejaron al descubierto la expansión, reunieron las aguas, produjeron vegetación, manifestaron el universo celestial, vitalizaron las estructuras que respiran de la tierra seca y de los mares; y formaron al hombre a la imagen y semejanza de ellos. Este ruach, o espíritu, no es ni el Increado que habita en luz, el Señor Dios, ni los Elohim, los cuales son sus colaboradores que cooperaron en la elaboración del mundo natural. Tiene el principio instrumental por el cual ellos ejecutaron la comisión del glorioso INCREADO para que construyera esta casa terrenal, y la proveyera de almas vivientes de toda especie. Es este ruach, o poder formativo instrumental, junto con el neshemet o aliento, lo que impide que perezcan o regresen al polvo. De este modo, "si él [Dios] pusiese sobre el hombre su corazón, y recogiese así su espíritu y su aliento [ruachu veneshmetu], toda carne perecería juntamente, el hombre volvería al polvo" (Job 34:14). En otro pasaje: "Por el soplo de Dios [neshemet el] se da el hielo" (Job 37:10). Hablando de reptiles y bestias, dijo David: "Les quitas el hálito [ruachem], dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu [ruhech], son creados" (Salmos 34:10). Y también: "¿A dónde me iré de tu Espíritu [meruhech]?"Salmos 139:7). Por estos testimonios queda de manifiesto que el ruach o espíritu es universal. Está en el cielo, en el Seol, o en el polvo del más profundo pozo, en las más extremas profundidades del mar, en la oscuridad, en la luz, y en todas las cosas animadas y en las sin vida. Es un principio universal en el sentido más amplio, o más bien, ilimitado. Es el substrato de todo movimiento,ya sea el que se manifiesta en las revoluciones diurnas y elipsoidales de los planetas, en el flujo y reflujo del mar, en las tormentas y tempestades de la expansión, o en los organismos de reptiles, ganado, bestias, peces, aves, vegetales, u hombres. La expansión atmosférica está cargada de ello; pero no es el aire: los plantas y los animales de toda especie lo respiran; pero no es su aliento: no obstante, sin ello, aunque se llenen de aire, ellos moririan. A la atmósfera, que se extiende por algunos 72 km de altitud, y rodea al globo, Moisés la denomina expansión; y el aliento de Dios en Job. Es un cuerpo compuesto que, cuando es puro, consiste en nitrógeno y oxígeno, en la proporción de 79 del primero y 21 del segundo, en 100 partes. Estos se consideran como cuerpos simples, porque aún no se han descompuesto; aunque es probable que tengan una base, que puede ser el ruach. Esto puede existir libre o combinado con los constituyentes elementales del neshemet. Cuando no está combinado, es ese maravilloso fluido, cuyas explosiones se oyen en el trueno, cuyos ardientes rayos derriban las más altas torres, y parten en dos a los más sólidos monarcas del bosque; y con menos intensidad, da polaridad a la luz, a la aguja, y al cerebro. Estos tres elementos juntos, el oxígeno, el nitrógeno y la electricidad constituyen "el aliento" y "el espíritu" de las vidas de todas las almas vivientes de Dios. De este modo, desde el centro de la tierra, y extendiéndose por todo el espacio en toda dirección, está el Ruach Elohim, la existencia de lo cual es de mostrable por los fenómenos del sistema natural de las cosas. Penetra donde el neshemet el, o aire atmosférico, no puede. Sin embargo, cuando se habla de la motivación y sustentación del polvo organizado, o almas, ellos son co-existente dentro de ellos. En este caso, el Ruach Elohim llega a ser el ruach chayim, o "espíritu de vidas"; y el neshemet el, o "aliento de vidas": y ambos combinados en la elaboración y soporte de la vida, el neshemet ruach chayim, o "aliento del espíritu de vidas. Las criaturas vivientes, o almas, no están animadas, como erróneamente imaginan los fisiólogos y especulativos teólogos, por "un principio vital", que faculta la existencia desincorporada como el fantasma de un hombre, o los espectros transmigratorios de otras especies animales: cosas fantasmales, cuyas leyes y funciones en el sistema animal los fisiólogos no pueden descubrir; y los teólogos se hallan perplejos para probar semejante existencia a partir de la palabra de Dios. Por el contrario, las "almas" fueron "hechas vivas" por la operación coetánea del ruach chayim y el neshemet chayim en sus tejidos organizados conforme a ciertas leyes fijas. Cuando sean conocidas las leyes aún ocultas del ruach, o espíritu, universal, se entenderá este tema; y entonces los hombres quedarán tan asombrados ante la ignorancia de los teólogos y fisiólogos de este "día nublado y oscuro" referente a las "almas vivientes", ya que estamos ante la idea de los antiguos de que sus "dioses inmortales" residían en el ganado y en las piedras que tan estúpidamente adoraban. Sin embargo, esta es una teoría tan razonable como la de las "almas inmortales" que moran en los pecadores de la raza de Adán. El ruach chayim y neshemet chayim están prestados a las criaturas del mundo natural por el período designado de su existencia viva. Pero, aunque prestado a ellos, aún son el aliento de Dios y el espíritu de Dios; no obstante, para distinguirlos de la expansión del aire y del espíritu en su totalidad, a veces se les denomina "el espíritu del hombre" y "el espíritu de la bestia"; o, colectivamente, "los espíritus de toda carne", y "el aliento de ellos". De este modo, está escrito: "Un mismo ruach, o aliento tienen todos; no tiene preeminencia el hombre sobre la bestia, porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho de polvo, y todo al polvo volverá" (Eclesiastés 3:19, 20 Reina-Valera 1909, revisada). Y en el sentido de suministrar a cada criatura, o alma, viviente el "espíritu" y "aliento", Moisés le da el nombre a Yahvéh de "Dios de los espíritus de toda carne" (Números 27:16). Además del ruach y neshemet externos, hay ciertos principios elementales, en un estado de combinación, dentro de toda alma viviente, los cuales están relacionados con ellos por apropiadas leyes fijas, para la manifestación de acciones vivas. La luz con los ojos, y los ojos con la luz; así también, el aliento y el espíritu de Dios con los constituyentes de la sangre, y la sangre con ellos. Éstos, actuando y re-actuando unos a otros en los pulmones de toda armazón que respira, causan ese movimiento en toda su estructura que se denomina vida. Los siguientes testimonios arrojarán alguna luz sobre esta parte de nuestro tema. "Pero carne [be-nephesh-u] con su vida, que es su sangre, no comeréis". Esto enseña que la sangre es el nephesh, o vida de la carne; de ahí que continúe diciendo "porque ciertamente demandaré la sangre [lah-nephesh-tikam] de vuestras vidas" (Génesis 9:5). A menudo encontramos que se usa vida como sinónimo de sangre, y sangre por vida, como en otra parte en el contexto. "Solamente asegúrate de no comer la sangre, porque la sangre es la vida [nephesh]; y no has de comer la vida [nephesh] juntamente con su carne" (Deuteronomio 12:23 Reina Valera 1909, revisada). Pero, a esto podría objetarse que si la sangre es la vida, entonces mientras esté en el cuerpo, éste debe vivir; por el contrario, muere juntamente con la sangre que tiene. Cierto. Sin embargo, Moisés no enseña el dogma de un principio vital abstracto; sino la vida, el resultado y consecuencia de la des composición y re-combinación de los elementos de ciertos compuestos. La sangre, considerada de manera abstracta, no es la vida; pero relativamente es "la vida de la carne". El siguiente testimonio mostrará el sentido en que se usa la frase "la sangre es la vida". "Yo pondré mi rostro contra esa persona que coma sangre... porque la vida de la carne EN la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas [nephesh-tikem]; y cualquier hombre... que cace un animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra, porque la vida de toda carne es su sangre... No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre" (Levítico 17:11-14 Reina-Valera 1909, revisada). Nada puede ser más claro que esto. Hay tres clases de manifestaciones vivientes, que se caracterizan por la naturaleza de la organización, o ser, por cuyo medio ocurren. De ahí que tengamos vida vegetal, vida animal, y vida incorruptible. Esta última es la inmortalidad; porque el cuerpo por cuyo medio se manifiesta la vida, siendo incorruptible, nunca se deteriora; así que por una vez que sea puesto en movimiento por el espíritu de Dios, vive para siempre. La vida vegetal y animal, por el contrario, es terminable o mortal; porque los materiales por medio de los cuales se ha revelado, están organizados de manera perecible. De modo que la mortalidad es la vida manifestada por medio de un cuerpo corruptible; y la inmortalidad es la vida manifestada por medio de un cuerpo incorruptible. De ahí la necesidad expresada en las palabras del apóstol: "Porque es menester que esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad" antes de que la muerte pueda ser "sorbida... en victoria" (1 Corintios 15:53, 54 Reina Valera 1909, revisada). Esta doctrina de la "vida e incorruptibilidad" [ζωη και αφθαρσία] era nuevo para los griegos y romanos; y salió a la luz por medio del evangelio del reino y del nombre de Jesucristo. Para ellos era locura; y para los modernos es poco creíble, porque ellos no entienden las alegres nuevas de la época venidera. La vida incorruptible con igual propiedad podría denominarse vida espiritual, como un indicio de aquello con lo cual se dota a los cuerpos espirituales. Pero aquí yo no uso la palabra espiritual, para que no se vaya a confundir con esa vida intelectual y moral que posee un hombre cuando la "semilla incorruptible" del reino echa raíz en su corazón; y cuando, en "obediencia a la fe", él sube desde la sentencia de la muerte a la sentencia de justificación para vida eterna. Pero, en el presente, tenemos que ver con la vida animal o natural, que es toda la vida que los hijos carnales del primer Adán pueden tener. Sin embargo, creo que se ha consignado bastante para mostrar la importancia bíblica del texto que ya se ha citado, de que "Yahvéh Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente". El simple, obvio y comprensible significado de esto, es que el polvo primeramente se formó en "barro", el cual entonces fue modelado por Yahvéh Elohim en la forma del alma llamada "hombre", tal como un alfarero le da forma a la sustancia de sus vasijas. De este modo, Eliú dijo a Job: "De barro fui yo también formado" (Job 33:6), y de nuevo: "Nosotros somos barro, y tú nuestro alfarero; así que obra de tus manos somos todos nosotros" (Isaías 64:8 Reina-Valera 1909, revisada). El moldeamiento del barro se llevó a cabo en todos sus componentes, los que en conjunto constituyen el hombre; es decir, una vez que el polvo fue animalizado y luego organizado, lo siguiente era poner en movimiento todas las partes de este delicado mecanismo. Esto se efectuó por medio de la introducción del aire a sus pulmones por el conducto de su nariz, conforme a las leyes naturales. Este fenómeno era el neshemet el, el "aliento de Dios", soplando dentro de él; y tal como era el pábulo de la vida en toda criatura formada del polvo, se le denomina muy expresivamente "el aliento de vidas", en plural. Algunos imaginan que Yahvéh Elohim colocó su boca en la nariz en el todavía frío hombre-alma de barro que se hallaba postrado ante él, y así le sopló aire a sus pulmones. Sea como fuere, sin embargo, de lo que no tenemos ninguna duda es que Dios sopla en cada hombre al nacer el aliento de vidas hasta el día de hoy; y no veo ninguna razón bíblica de por qué deberíamos negar que él sopló dentro de Adán tal como lo ha hecho en la nariz de su posteridad, a saber, por la operación de sus leyes naturales, o neumáticas. Hasta ahora, el hombre, aunque era un alma formada de la tierra, había estado inanimado; pero, tan pronto como empezó a respirar, como el embrión que pasa desde el estado fetal a la vida infantil, él "fue hecho un alma viviente"; no como un ser sempiterno, sino simplemente como nephesh chayiah, una armazón viviente que respira, o cuerpo de vida. capítulo 2 (parte 2) volver al índice |